Harris, de ascendencia hindú y jamaiquina, tiene ahora la posibilidad de hacer historia, no solo rompiendo el tabú sexista de la política estadounidense, sino además convirtiéndose en la segunda persona afroamericana que llega a la Presidencia.
Es cómodo e igualmente equivocado decir que se trata de hechos aislados o excepciones dentro del sistema, ignorando el deterioro de las normas políticas y el auge de la retórica incendiarias en el país. Al contrario, la historia norteamericana muestra que la violencia política —cuatro presidentes y un candidato presidencial han sido asesinados, mientras que un presidente y dos candidatos han sobrevivido otros intentos— ocurre en momentos en que la hostilidad alcanza niveles extremos.
La hipocresía inherente en las protestas sobre la comparación hiperbólica entre Trump y Castro suena hueca cuando viene de los mismos sujetos que constantemente asemejan a sus oponentes políticos con los regímenes de Cuba o Venezuela.
Es un lugar común declarar cada elección «la más importante de nuestras vidas», pero esta en particular representa la disputa entre el establishment político que ha convertido a Estados unidos en el país más poderoso del planeta y un agente de cambio cuyo récord de inefectividad y despropósito ya conocemos.
Ni [Hillary] Clinton era más ambiciosa o despiadada que cualquier político hombre, ni [Sarah] Palin era más propensa a equivocarse que Bush hijo o Dan Quayle o más mentirosa que Trump. Pero estos defectos o cualidades mal vistas son excusados rutinariamente en un hombre mientras que se convierten en un símbolo de inferioridad en una mujer.
Donald Trump ha pedido a la Corte Suprema de Estados Unidos que se pronuncie sobre la afirmación de que los presidentes tienen inmunidad absoluta ante la ley,...