Si Trump continúa llevando al extremo la reducción del Estado federal y se aboca a una guerra abierta con los gobiernos de los estados, es posible que un día despierte con la noticia de que ha cercenado las propias bases del poder ilimitado que busca.
Nadie se la censuró, estoy convencido. Joaquín Sabina calló a consciencia. En vez de darnos un espaldarazo de emancipación, nos mostró su escéptica espalda. Allí mismo supimos que nunca olvidaríamos esa ausencia atroz del artista. Y, amándolo como aún lo amamos el sábado pasado en Manhattan, los cubanitos de entonces nos sentimos entrañablemente estafados por él.
Ahora que una presidencia profundamente antidemocrática avanza de manera abierta y acelerada hacia un modelo autocrático, ¿serán capaces los ciudadanos de darse cuenta a tiempo y defender la Constitución que dicen venerar?
Aún más preocupante es el hecho de que este proceso caótico y peligroso no resulta de un mandatario populista sin preparación ni seriedad, como sin dudas fue su primer mandato. Esta vez Trump se ha rodeado de aliados clave, quienes realmente empujan esta agenda de destrucción del Estado.
Si Trump era, tras su absolución por el Senado en enero de 2021, un tren que venía inexorablemente hacia nosotros, el choque ya se ha producido, y no queda más que observar el desastre.
Sus nombres son Luis Barrios Díaz, Yosandri Mulet Almarales, Gerardo Díaz Alonso y Manuel de Jesús Guillén Esplugas, y todos murieron mientras cumplían penas de privación de libertad.
Una de las obsesiones del presidente Trump es ser reconocido como un pacificador, es decir, un negociador capaz como nadie de mediar en conflictos a nivel global y de traer una nueva Pax Americana. No es un secreto su obsesión por ganar el premio Nobel de la Paz; especialmente porque cree que le fue entregado a Obama sin merecerlo.
Dijo en el debate televisivo, luego de una encerrona propia de una sitcom, que el Estado de Israel tiene derecho a existir en igualdad de derechos, pero lo han llamado antisemita solo por no hablar como un vulgar sionista y no comportarse en el debate como si estuviese corriendo para alcalde de Tel Aviv.