El caso 2648 llegó al Sanatorio de Los Cocos, en Santiago de Las Vegas, inconsciente, víctima de un infarto cerebral y con varios órganos comprometidos. Había intentado suicidarse mediante la ingesta de 350 fármacos. Los psiquiatras, militares como el resto de médicos que allí fungían, ordenaron su ingreso obligatorio.
Duermo con pesadillas y la comida se me atraganta pensando en Maryam, en los tanques aproximándose a su casa, en esos niños que tiemblan bajo las frías luces de los hospitales. Algunos miran con ojos aterrados y fijos, como si aún estuvieran bajo el bombardeo. Una niña tendida en la camilla le pregunta a su tío mientras le curan unos rasguños en la cara: «¿Esto es real o estoy soñando?»
El 21 de enero de enero de 2020, Mónica salió rumbo a Moscú. La madre y su padrastro fueron a despedirla al aeropuerto. Lloraron, se abrazaron, se tomaron muchas fotos. En una de esas fotos, Diana posa junto a su hija. Ella, la hija, llevaba unos pantalones ajustados, el cabello corto y crespo, una chaqueta de tela sintética que simulaba cuero, rematada con un cuello que simulaba pelo de zorro. Excepto por el volumen de sus senos, oprimidos por una faja bajo la ropa, Mónica se fue de Cuba simulando ser un hombre.
En noviembre de 2021, el régimen nicaragüense anunció que la solicitud de visado como requisito de viaje para los cubanos sería eliminada. Aquel gesto impulsaría la crisis migratoria más grande de la historia de Cuba.
A más de ocho mil 400 kilómetros de distancia, en una celda del Combinado del Este, tres reos habían sujetado a Luis por la espalda mientras un cuarto le daba puñetazos. Para rematar la golpiza, le abrió el tabique de la nariz de un navajazo.
En medio de esta desolación absurda, se recuerda la noche habanera de aquellos años con una nostalgia innegable. El panorama cultural de aquel entonces, como muchas otras aristas, era alentador. La vida nocturna se abría como un colorido abanico, imparable.
El merenguero Rubby Pérez y su orquesta llevaban más de una hora en escena cuando, a eso de la una de la mañana del martes 8 de abril, se notó que del techo caía agua, una especie de arenilla… y a los pocos segundos se desplomó todo.
«Podía ver a los sujetos debajo de mí, y sin duda era una pareja perfecta para ser los primeros en actuar en el escenario que había sido creado especialmente para ellos, y para otros que los seguirían, y yo sería su público».