Si Trump continúa llevando al extremo la reducción del Estado federal y se aboca a una guerra abierta con los gobiernos de los estados, es posible que un día despierte con la noticia de que ha cercenado las propias bases del poder ilimitado que busca.
Ahora que una presidencia profundamente antidemocrática avanza de manera abierta y acelerada hacia un modelo autocrático, ¿serán capaces los ciudadanos de darse cuenta a tiempo y defender la Constitución que dicen venerar?
Aún más preocupante es el hecho de que este proceso caótico y peligroso no resulta de un mandatario populista sin preparación ni seriedad, como sin dudas fue su primer mandato. Esta vez Trump se ha rodeado de aliados clave, quienes realmente empujan esta agenda de destrucción del Estado.
Una de las obsesiones del presidente Trump es ser reconocido como un pacificador, es decir, un negociador capaz como nadie de mediar en conflictos a nivel global y de traer una nueva Pax Americana. No es un secreto su obsesión por ganar el premio Nobel de la Paz; especialmente porque cree que le fue entregado a Obama sin merecerlo.