«El interés de este proyecto se centra en generar una catarsis, un grito, una queja, una denuncia ante el absurdo y la incertidumbre que abruma a una isla».
¿Qué hace una referencia a Peter Sloterdijk en un libro sobre Cuba, cuatro páginas después de un comentario sobre Buena Vista Social Club y Pablo Milanés? Todo y nada al mismo tiempo. Sorprende e instiga al lector. Como de pasada y sin imposiciones, ayuda a reordenar las conexiones significativas, ensancha las posibilidades de interpretación. El lector puede aprovecharlo o dejarlo pasar, pero el estímulo está ahí. De la Nuez no le obliga a nada, porque las cuestiones que le interesan no tienen que ver con razonamientos absolutos.
La escena ocurre en el Café Tortoni. Interior iluminado y espacioso, estilo Beaux-Arts, altas columnas relucientes con capiteles de acanto, lámparas y techos de vidrio repujado tipo Tiffany. Mesas redondas cubiertas por manteles blanquísimos, butacas de cuero. Ambos, entrevistador y entrevistado, se acomodan en una mesa, justo debajo del techo en vitral.
Una de las obsesiones del presidente Trump es ser reconocido como un pacificador, es decir, un negociador capaz como nadie de mediar en conflictos a nivel global y de traer una nueva Pax Americana. No es un secreto su obsesión por ganar el premio Nobel de la Paz; especialmente porque cree que le fue entregado a Obama sin merecerlo.