Nos hemos olvidado de Daniel Llorente, el hombre que corrió con una bandera estadounidense en la Plaza de la Revolución hace dos años y fue internado en el Hospital Psiquiátrico de La Habana.
Díaz-Canel personifica un contraste pronunciado en el mapa de la política actual. Si lo comparamos con la ola de los populismos que están teniendo lugar tanto en Europa como en los Estados Unidos, encontramos una diferencia muy acentuada: Canel es una figura íntegramente antipopulista con pocas ambiciones personales y desgano en las movilizaciones populares.
Díaz-Canel es heredero directo de Raúl antes que de Fidel Castro. Y si en otros tiempos los cubanos esperaban ansiosos por lo que este último iba a decir, hoy la pregunta sobre él se concentrará en lo que va a hacer. La suya va a ser una dimensión fáctica. No se le esperan discursos sino medidas. Nadie le demandará que lo ilumine sino que lo mejore.
Esta semana, habrá cambio en la Jefatura del Estado, y alguien distinto a Raúl Castro será proclamado presidente. Nadie espera que cambie nada, y nada cambiará, no inmediatamente, porque Raúl, mientras viva y pueda mandar, será todavía quien mande.
La realidad terminará imponiéndose, con arrogante contundencia, sobre los restos de la elocuente fantasía sobre la cual se construyó la escuela. Pero el declive y posible clausura de la Lenin no es un síntoma de la crisis terminal del socialismo cubano, sino una tardía consecuencia de ella.