Cuando la boleta haya caído encima del resto de las boletas que yacen dentro de la urna, los dos pioneritos que el domingo han tenido que levantarse más temprano que de costumbre para vestirse de uniforme escolar, dirán al unísono “votó”, y se llevarán la mano derecha a la frente, en saludo militar.
Raúl no tiene de qué preocuparse, tendrá las Asambleas que quiere, tan inútiles y serviles como las actuales. Nadie levantará en ellas jamás la mano para hacer una propuesta original de auténtica significación política, económica, legal o moral.
La ruda constatación de que el gobierno cubano no es reformable podría causar que algunos de esos que llaman “centristas” se desesperen, y decidan, tristemente, dedicar su tiempo a refinar su estilo literario y escribir novelas en vez de constituciones.
Habiendo gobernado la isla más tiempo que ningún otro hombre, salvo su hermano, Raúl llega al final de su supuesto último término como jefe del Estado sin saber muy bien a cuál de los serviles cortesanos que lo rodean va a entregar el país que él mismo heredó de Fidel.
Demostrada, hasta hoy, nuestra ineptitud como pueblo, la única buena noticia que nos llega es que la injerencia extranjera y el estalinismo se auxilian más que nunca.