Las calles de Cuba me hablan en colores

    Una vez escuché a un amigo europeo decir que él nunca haría fotografía en blanco y negro en Cuba, habiendo tanta riqueza en colores y texturas. Y aunque esto a algunos pueda parecerles contradictorio, tratándose de un país apagado, de ripios y escombros, aquí el color está presente en sus tonos más vivos y variados; más que en los paisajes urbanos de la isla, en la propia idiosincrasia del cubano. 

    Podría decirse, incluso, que es justo ese estado ruinoso del país lo que hace destacar los colores en la ciudad. Una pared con la pintura descascarada, un árbol cuyas raíces atraviesan el balcón de un edificio inhabitable, las carretillas con productos agrícolas en las calles, son mucho más interesantes en términos fotográficos que cualquier pared recién pintada, balcón con sus plantas en macetas, estanquillo de supermercado. 

    Es ese exotismo estético lo que vienen buscando muchos fotógrafos que arriban a La Habana, provenientes quizá de alguna jungla de acero y cemento bien conservada bajo cielos grises. Y es que, sumada a la excepcionalidad social o histórica, está la viveza que adquieren los colores bajo el sol del Trópico.

    Mi amigo es uno de esos fotógrafos. En su ciudad, carente de colores y de un cielo despejado, recurre con frecuencia al blanco y negro. Ambos entendemos dicha modalidad como un recurso al que acudir si el color carece de significado en la imagen; es una manera de resaltar luces, formas, texturas. Por eso mi amigo no entiende que se haga tanta fotografía en blanco y negro en las calles de Cuba. 

    A mi entender, ello hace parte de un fenómeno internacional y tiene mucho que ver con la historia del oficio. Se considera 1830 como el año en que surgió la fotografía, pero no fue hasta 1970 que las fotos a color comenzaron a ser el estándar. En blanco y negro fueron realizadas las obras de los pioneros y los principales referentes históricos de la fotografía.

    Ciertamente, debemos tener en cuenta que ellos tomaban sus imágenes en blanco y negro porque era lo que permitía la tecnología de la época. En la actualidad, la ausencia de color debe tener una justificación que tribute al propósito de la foto. Sin embargo, vemos una sobrexplotación del blanco y negro sin un motivo claro.

    Esta tendencia me llama particularmente la atención en dos géneros que se caracterizan por la veracidad: la fotografía de calle y la fotografía documental. Ese atributo inherente a ambos géneros hace aún más necesario un motivo claro que justifique la ausencia de colores. Y es que llevar una imagen a blanco y negro no tiene solo implicaciones estéticas; condiciona de un modo muy particular el mensaje que se transmite al espectador.

    En Cuba, creo que el blanco y negro se ha extendido junto con la desdicha que ha impregnado al país en las últimas décadas. Tanto en la fotografía documental como en la fotografía callejera cubanas se ha ido imponiendo un tono de denuncia y desesperanza. Para muchos fotógrafos la ausencia de color es un recurso válido que permite reflejar el drama social, existencial de la isla. 

    De cualquier manera, opino que los colores de Cuba deberían aprovecharse más y mejor en nuestra fotografía documental. Al menos una vez por semana intento ser consecuente con esta opinión. 

    Caminar —cámara al hombro— por una calle de Jesús María, con el atardecer a la espalda, y que en un mismo encuadre captures las frutas de un carretillero, un santero con sus collares y un almendrón de color chillón… Es una riqueza visual por la que muchos fotógrafos extranjeros cruzan océanos y continentes, y que pudiera ser mejor explotada por nosotros. 

    Seamos más conscientes de las cosas buenas que todavía quedan en este país.

    (Texto y fotografias de Marcel Villa).

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