Dos veces exiliada del mismo país, con más de 30 años de diferencia entre ambos refugios, Gioconda Belli ha habitado como pocos escritores de la región el ciclo de las revoluciones modernas, sus ímpetus y derivas, sus entusiasmo y decepciones.
Galardonada con el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2023, la poeta nicaragüense vive hoy en Madrid, fiel aún al estilo que la convirtió en una de las voces más prominentes de la poesía latinoamericana de los años setenta y ochenta del siglo pasado: cierto coloquialismo y una explícita mirada social que en su caso no renuncia a la sensualidad o al erotismo, y que mezcla el tono privado con el gesto impúdico. Hay siempre en Gioconda, y ese quizá sea el eje de su obra, una poética del cuerpo como una máquina de deseo. De deseo político y deseo carnal, y de todo cuanto pueda comprender a los dos.
El 15 de febrero de 2023, junto a otros 93 ciudadanos nicaragüenses, muchos de ellos periodistas, escritores, intelectuales en general, fuiste privada de la nacionalidad por el tirano Daniel Ortega y condenada al exilio por segunda vez en tu vida. ¿Qué se pierde cuando se pierde algo así?
En primer lugar, no acepté que tuvieran el poder para quitarme la nacionalidad. Entonces hice una performance, de cierta manera. Me fui a la televisión española y rompí mi pasaporte para decir: «Yo no soy este pasaporte». Tenía la ventaja, lo admito, de que tengo pasaporte italiano gracias a mis ancestros. Mucha gente no entendió por qué había roto el pasaporte, pero para mí era importante, como emitir una señal bien fuerte. Mi derecho de nacionalidad no me lo están concediendo, lo tengo desde el momento en que nací en Nicaragua. Sin embargo, claro que te pueden hacer mucho daño.
Quienes no tenían otro pasaporte quedaron, como decimos en Nicaragua, al garete, sin poder moverse, porque el pasaporte o la identidad nacional te otorga el derecho a refugiarte en tu embajada, que te den credenciales, etc. También nos borraron de los libros y de los registros civiles en el país. No existimos. Por ejemplo, si sos hijo mío y fueras a pedir una partida de nacimiento, saldrías sin padre ni madre. ¿Me entendés? Ese tipo de cosas.
¿Qué te expropiaron? ¿Qué dejaste en Nicaragua?
La expropiación fue muy dura, porque, claro, imagínate, yo tenía una casa que compré en 1987, y dentro de ese mismo terreno había construido otra casita. En el exilio vivía de ambos alquileres. Me quitaron la pensión de jubilación. En mi caso no era tanta, pero a otros compañeros sí los dañó mucho, porque ya se habían jubilado y vivían de su retiro.
Tienes un poema, «Despatriada», que escribiste a raíz de todo esto.
El poema vino cuando me di cuenta de que no tenía dónde vivir. Hice una especie de recopilación de las cosas que dejé. El paisaje, mis zapatos, mis perros, mis plantas. Es un recuento, pero también una toma de posición, porque en ese poema yo digo que me voy con mis palabras a la calle, y al final digo que las abrazo, las escojo, soy libre aunque no tenga nada. Porque realmente esa es la gran culpa, la culpa es de mis palabras, o sea, me expropian por ellas.
Fue un abuso de poder. No probaron que éramos traidores a la patria, no nos dieron derecho a defensa, nada. Un día apareció un señor con un papel y leyó el nombre de un grupo de personas que supuestamente representábamos una amenaza para la integridad nacional.
Fuiste desterrada por alguien que participó contigo en una revolución, alguien que fue un compañero, ¿no?
Para mí Daniel [Ortega] no era un compañero desde hace muchos años. Cuando se perdió la revolución en 1990, hubo un cisma dentro del sandinismo. Muchos empezamos a cuestionar su manera de actuar, a cuestionarlo a él. Habíamos perdido las elecciones y, como en cualquier partido normal, necesitábamos dar un cambio, una vuelta, necesitábamos más democracia interna. Pero en verdad yo nunca fui compañera de Ortega. Yo no lo conocí hasta que triunfó la revolución, y tuve muy poca relación con él, siempre me pareció una persona mediocre, hosca, muy, ¿cómo te diría yo?, muy lumpen en su corazón. Era un chaval joven que metieron preso y aprendió un montón de trucos y cosas en la cárcel, pero él no tiene una cultura, y lo fuimos sabiendo. Estaba obsesionado con la política exterior, con las cosas que pasaban en el mundo. De eso sabe. Y es muy bueno para manipular las circunstancias y usar su autoridad.
Cuando triunfó la revolución, la idea de que iban a ser nueve comandantes, de que habría una dirección colectiva, se fue perdiendo, y Daniel Ortega se convirtió en el presidente y la figura única. Ya con el ataque de Estados Unidos en los ochenta, su figura adquirió una dimensión desproporcionada para su verdadera importancia dentro del mismo partido. La gente sí lo tomó como un símbolo.
Nunca fue un demócrata, ¿verdad?
No, nunca.
¿Qué comandante de la revolución crees que tenía un talante democrático, si alguno lo tuviera? ¿Tuvo la revolución sandinista otra posibilidad, otro rumbo probable?
Yo creo que tuvo la posibilidad, pero definitivamente la guerra, digamos, la guerra de la Contra, incentivó las ansiedades autoritarias, que encontraron un canal perfecto para ejercer su voluntad. Pero no sé si verdaderamente teníamos un espíritu democrático. Veníamos de la izquierda tradicional. Sabíamos que habría una reacción de la burguesía y que esa reacción había que enfrentarla. La defensa de la revolución era prioritaria. No había matices. Ya en medio de la revolución algunos nos damos cuenta de los costos que estamos pagando por esa actitud y empezamos a protestar, a tratar de pensar, cómo cambiar los modos. Dentro de los nueve comandantes había gente más… socialdemócrata, podemos decir, pero al final lo que pervivió desde el principio fue la idea del poder absoluto. El problema es que la revolución ganó el poder absolutamente. Incluso no estábamos preparados para ejercer un poder absoluto tan pronto.
¿Cómo verlo desde hoy?
Un gran pesar. Mira, el dolor de perder esa revolución que costó tantísimo. Yo me pongo a pensar… yo estaba en una célula de diez y solo dos quedamos vivos. Yo vi morir a tantos compañeros, ya exilida en Costa Rica. Salían de mi casa un día y luego los veías en el periódico, asesinados. Un momento increíble para mí fue cuando entramos al búnker de Somoza. Había como una terraza desde la que podías ver Managua, el lago, los volcanes. Y yo recuerdo aquella sensación de recuperar mi país, de que ahora sí Nicaragua nos pertenecía. Esas experiencias hermosas se han echado a perder de un modo terrible. Pienso en Hugo Torres, un compañero muy valioso que en 1974 prácticamente salvó a Daniel con una acción, y que murió en prisión, encarcelado por Daniel.
¿Cuál fue la acción de Hugo Torres?
Fue el 27 de diciembre de 1974. Un comando entró en la casa de un personero del régimen de Somoza, tomaron rehenes y entre los rehenes había un primo de Somoza, lo que salvó todo el operativo. El comando fue muy amable con los rehenes. Hubo un intercambio, un canje, y sacaron de la cárcel a los presos políticos, entre ellos Daniel Ortega. También pidieron un millón de dólares, que se leyeran un montón de comunicados sobre la situación de los campesinos, a quienes estaban tirando de los helicópteros, y además les dieron un avión y se fueron a Cuba. Tremendo, increíble.
¿Cómo se implica Gioconda Belli en la revolución?
Con conciencia de clase. A mis hermanos casi los matan una vez en una manifestación.
A un chaval que jugaba béisbol por mi casa, yo lo conocía, lo mataron enfrente de su casa. Ahí estaba la mancha de sangre y yo pasaba por el lugar desde chiquita, niñita.
Un tío mío tenía una hacienda de café, y había una parte a la que los niños no podíamos pasar, pero yo me metí a ver qué había en esos galerones. Y entré y abrí la puerta y en el galerón había unas cosas como gavetas, parecían estantes, y en cada estante había una familia. Eran los cortadores de café, unos encima de otros.
Poco a poco fui perdiendo el miedo, porque el sandinismo, meterte al sandinismo, era volverte un objetivo de lo hermoso. No sé cómo van pasando esas cosas. Yo creo que se va acumulando lo que uno lee, lo que uno siente, lo que uno ve. No me arrepiento de haber soñado; creo que fue una experiencia extraordinaria para quienes la vivimos, que nos cambió para siempre, y he optado por no ser cínica.
¿Qué te sostiene en ese sentido?
Somos muy poco trascendentes. Vivimos tan poco tiempo que es imposible que nuestros sueños se completen en nuestra vida. Entonces yo pongo el ejemplo de la Revolución Francesa, ¿no? Fue una revolución enorme, importantísima. Yo leía un ensayo de Shelley que me encantó, porque habla de la Revolución Francesa con una desilusión igual a la de nosotros ahora. Él esta viendo el terror, ve decapitar, ve matar a todos los hijos de la Revolución, a sus ideólogos, y él habla con una desilusión profunda, pero ¿qué pasa? Tomó casi cien años llegar a la República. Pasaron por Napoleón, monarquías, sobrinos de Napoleón, y solo después la República llegó.
¿De qué año a qué año fue tu primer exilio?
Del 75 al 79.
¿Y el segundo cuándo empezó?
El 5 de mayo de 2021. Yo salí solo con ropa de verano, creyendo que iba a regresar. Tenía el pasaje de regreso para el 22 de julio, pero a comienzos de junio empezaron a encarcelar a mucha gente, capturaron a muchos amigos; Cristiana Chamorro fue puesta bajo arresto domiciliario. Me aconsejaron que no volviera, porque podían llevarme directo del aeropuerto a la cárcel, como le sucedió a otros.
¿Cuál es la diferencia entre ambos exilios?
En el primero yo era una militante activa. La literatura era secundaria para mí, la practicaba en los momentos en que podía. Yo viví esos años totalmente entregada a la revolución. Trabajaba en una agencia de publicidad para ganarme la vida y a las cinco de la tarde salía del trabajo y me dedicaba cien por cien a organizar la retaguardia de la revolución, que estaba en Costa Rica. Ahora, en cambio, la literatura es lo principal. Yo creo en el poder de la palabra, y me doy cuenta, por ejemplo, de que mi primera novela, La mujer habitada, ha hecho más labor política que mis años de militancia.
Veo que no solo tienes la mirada en Nicaragua. En El País también sueles escribir sobre la actualidad política española.
Sí, me interesa muchísimo la realidad política española. Estoy impresionada con España, fíjate, porque creo que están dando una lucha importante aquí. Vi un artículo muy bueno en El País que decía que la extrema izquierda no existe, que la propuesta de la izquierda hoy no tiene nada que ver con lo que proponían los soviets y todo eso. Lo de ahora no es más que socialdemocracia, y la derecha la sigue satanizando con el mismo encono, como si fuera a venir Stalin otra vez, ¿no?
Leí un texto en el que confiesas haberte quedado pasmada ante la comparación hecha por Isabel Díaz Ayuso entre los gobiernos de Pedro Sánchez y Daniel Ortega.
Es un agravio. ¿Cómo puedes comparar a Pedro Sánchez con Ortega? ¿Cómo pueden banalizar lo que está pasando en Nicaragua? Eso es no entender nada de la experiencia que estamos atravesando, no puedes atreverte a comparar nuestra tragedia con la experiencia española, ¿no? Fue una declaración llena de ignorancia.
¿Hay mucho orteguismo a la hora de ver el mundo en el exilio nicaragüense?
Sí, mucho, muchísimo. No son pocos los que piensan que Pedro Sánchez es comunista, ¿me entendés? Es como que la visión se les queda estancada en una sola película.
¿Y cómo te relacionas con esa parte del exilio?
Bueno, mira, lo que pasa es que yo lo dividiría. Hay una parte que, con mucho esfuerzo, está tratando de unir a los diferentes grupos e intentando presentar una alternativa. Pero hay otro grupo que lo que quieres es matarnos a todos. Si vos has sido sandinista, no importa cuánto tiempo lo fuiste, no importa lo que te haya sucedido ahora, no importa cuánto tiempo hayas pasado acusando a Daniel Ortega, siendo un crítico de su gobierno… Para ellos sos el mal.
Están impidiendo el desarrollo de una conversación importante. Yo a veces me pongo a pensar que también debe haber un trabajo de infiltración. Me van a matar cuando publiques esto, pero están sirviendo para detener el proceso de encontrar comunidad.
¿Gioconda, qué es Nicaragua para ti?
Tengo un poema que dice: «¡Ah, Nicaragua, vos sos mi hombre con nombre de mujer.»
Jose Daniel Ferrer hace poco dijo en una carta: ‘Me estan sepultando en vida.’ Tambien abogo por otros presos
politicos que estan pudriendose en la carcel por falta de medicinas, comida, aseo. Nadie afuera los ayuda.
Pregunto: vale la pena tanto sacrificio, sufrimiento por un ideal, causa, patria?
«Es como que la visión se les queda estancada en una sola película». Hace décadas, en una misma función de cine pasaban dos películas diferentes: una supuestamente «importante» (con actores de renombre y ruido publicitario) y otra «de relleno» (desconocida, no publicitada, si bien algunas «de relleno» el Tiempo las ha rescatado de su anonimato por determinado logro o interés mayor que la supuestamente «importante» pero ahora olvidada). Siguiendo lo que ella cuenta durante sus años sandinistas (cuando la infiltración cubana de la cual ella cuidadosamente no habla era notoria y Cuba ya padecía desde hacía lustros lo mismo que ella después iba a padecer en su persona), ella parece haber visto entonces (o haber estado estancada en) una «sola» película, la de los nombres «importantes» y bombo publicitario (Ortega, Fidel, la Revolú), mientras que la «otra» película le pasó inadvertida, esa «otra» que ahora ha cobrado mayor notoriedad y desplazado del campo a la otrora «importante». Como ser pensante, ella podría pensar que aún le siga pasando inadvertida esa función fílmica doble de antaño y sea ella quien siga estancada en «su» película, o la película que quiere ver. No había que ir tan lejos en tiempo y espacio (a la Revolución Francesa) para ver esa doble función fílmica en esos relevantes momentos históricos: la Cuba de los 60s le pudo haber dado todas las claves de, en última instancia, cuál es «la» película que predomina. O, si prefiere la ficción, leerse «El Siglo de las Luces, de Carpentier.