Hasta luego, Rodolfo Rensoli, mesías del rap cubano

    Hoy quiero tomarme un trago de chispa, de esa que vendían en los mercados de barrio para aliviar las penas de los borrachos pobres. Quisiera cocinarme el hígado una vez más, como hace 13 años nos lo cocinábamos Rodolfo Rensoli y yo en interminables conversaciones del Bahía a Alamar, de La Habana Vieja a Guanabacoa, del Buda Bar a Poesía Sin Fin. Hoy, pasados muchos años desde que dejé el alcohol y el tabaco, quisiera volver a mirar al suelo a las tres de la mañana en busca de cabos de cigarros junto a él, y escuchar de nuevo sus historias sobre Guanabacoa, su pueblo natal, del cual siempre hablaba con orgullo. Decía que el Bahía era un invento, que eso siempre fue territorio de la villa de Pepe Antonio.

    Cuando yo era un niño, el Renso era un personaje icónico en el barrio. De los pocos que tenía dreadlocks y llevaba en su vestuario los colores rojo, amarillo y verde de la cultura rastafari. Lo empecé a conocer de verdad a mis 12 años. En ese tiempo, Los Aldeanos eran el mayor referente del rap cubano para mi generación, y yo era otro adolescente intentando soltar sus rimas inspirado en el dúo. Por supuesto, no sabía que, gracias a Rensoli, el rap cubano se había convertido en un movimiento sólido y amenazante para el gobierno. Sin él y el proyecto Grupo Uno, quién sabe si hubiesen existido Los Aldeanos y todo el movimiento de rap cubano.

                                                                      ***

    A mediados de los años noventa, la industria del hip hop solo era una realidad en Estados Unidos. El rap en español era apenas un experimento en distintos países de habla hispana. En 1995, Rensoli vio en los primeros raperos cubanos una semilla que podía germinar. Reunió a un grupo de amigos del barrio, buscó ayuda en la Casa de Cultura del reparto Bahía, y así nació el Primer Festival de Rap Cubano, en los bajos de un doce plantas de construcción soviética.

    Cuando el Renso y yo comenzamos las andanzas, hacía diez años que la Asociación Hermanos Saíz le había arrebatado la organización del festival para controlar la línea discursiva de los raperos y después desecharlos. El nivel de convocatoria que había logrado Grupo Uno era impensable para el gobierno en aquellos años. Se le había ido de las manos a las instituciones, y simplemente no lo podían permitir. Un día, hablando con Soandry del Río, de Hermanos de Causa, me dijo: «Las instituciones subestimaron el poder del rap y los raperos, pensaban que cuatro negros con un micrófono no iban a llegar muy lejos». La realidad fue que llegaron a cerrar por capacidad el Anfiteatro de Alamar. Los jóvenes de diferentes barrios iban a ver grupos como Amenaza, Doble Filo, Primera Base, Explosión Suprema, Anónimo Consejo y más. El rap cubano de esos tiempos era una selva donde cada grupo constituía un árbol único en su especie.

    A la isla llegaron figuras claves del hip hop norteamericano como Montell Jordan, Erykah Badu, The Roots, Black Star. El fenómeno también generó la atención de la prensa norteamericana e incluso de exmiembros de los Panteras Negras. Dicen que una de las figuras más conocidas de ese movimiento, Assata Shakur, tía política de la leyenda del rap Tupac Shakur, se interesó por lo que estaba pasando con el movimiento de rap cubano. Según algunos testimonios, Assata era una persona que andaba en las sombras, sin dejarse ver mucho, quizá por ser una de las prófugas estadounidenses más buscadas; pero ahí andaba, atenta a las letras de los jóvenes negros que cantaban contra el racismo y la discriminación que vivían en un país que supuestamente había erradicado esos males. En verdad, los había obviado, y eso se estaba gritando a viva voz en las canciones del rap cubano.

                                                                       ***

    Rensoli vivía con el dolor de un hombre al que le matan un hijo. Sufría la traición de raperos que le hicieron el juego a las instituciones, con el ahora ministro Alpidio Alonso como punta de lanza para la estocada final en el año 2000. En especial, guardaba rencor al grupo Obsesión. En esos tiempos, Magia López —años más tarde directora de la Agencia Cubana del Rap— se encargó de decir en las instituciones que Rensoli fumaba marihuana. Y era verdad, pero en los códigos de la calle quien hace eso no puede ser más mierda. Y junto a ella, Alexey Rodríguez.

    Después de eso, Rensoli quedó relegado a trabajar en puestos menores en la Casa de Cultura del Bahía y Alamar. Vivió en carne propia el mismo desprecio que los grandes intelectuales a inicios de los años setenta, opacados por el «quinquenio gris». Incluso, desde esos sitios, él siempre buscó la forma de darle un espacio a los raperos. Numerosos fueron sus intentos para reavivar el festival de rap, pero siempre fueron en vano. El gobierno nunca iba a dejar semejante poder en las manos de un negro rastafari.

    Rensoli era, además, poeta, humorista gráfico; fue un hombre que siempre apostó por la juventud. Los frikis del barrio de diferentes generaciones fuimos sus hijos: David, Roger, El Choro, El Chama, Lisi, Alberto, yo, y muchos otros muchachos incomprendidos que encontrábamos en el Renso un mentor; alguien que se fumaba el porro con nosotros sin mirarnos como hijos del demonio. Él nos hablaba de poesía, de historia, de los valores que le inculcó su padre masón, zapatero de gran cultura y valores humanos.

    Ha muerto Rodolfo Rensoli, y con él se ha ido la primera piedra del movimiento de rap cubano. Friki, rasta, rapero, fan de los Rolling Stones, Metallica y los Beatles, de Bob Marley… Quizá por eso nunca pudo culminar su formación militar, porque un verdadero hijo de la contracultura lucha con sus sueños.

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