Me junto con Jorge Ferrer en el Colombia, un bar de Sant Andreu, ideal para un vermut tranquilo, situado a pocos metros de la calle Cuba, aquí en Barcelona. Lo conozco desde hace años y siempre disfruto con su conversación. Ahora Ferrer ha escrito un estupendo libro de no ficción cuya herramienta no es la trama sino la inteligencia. Y lo celebro. Ferrer se sirve de su experiencia para iluminar aspectos de nuestra vida en este mundo globalizado. Nuestra relación con la memoria, con lo que elegimos recordar y olvidar, con cómo nos contamos nuestros triunfos y fracasos, todo ello ambientado en una Cuba detenida en el tiempo, y en una Rusia que siempre es una amenaza, fría, caliente o nuclear. Ferrer ha escrito un libro que se lee con hambre, como un buen plato de ropa vieja o una sopa de remolacha, según el gusto. Entre Rusia y Cuba (contra la memoria y el olvido) es un buen ensayo porque su autor frota superficies rugosas con otras lisas. De esa fricción suele emerger lo que llamamos literatura.
¿Cuál fue el impulso para escribir el libro?
Es un libro sobre el que llevaba muchos años pensando, sobre todo la manera en que gestionamos la memoria y la nostalgia, qué sentimos por la juventud… En fin, son temas que me rondan, seguramente para apartar el de la muerte, y en eso muere papá. El disparo es la muerte de papá. Como cuento en el libro, papá muere cuando había decidido cambiar de vida, siendo casi octogenario, y quedarse en Miami. Antes de hacerlo, regresa a Cuba para decírselo a la cara a su hija y, al hacerlo, a los tres días le da un ictus. La muerte le quita la vida que se acababa de inventar. El hombre quería vivir otra vida y la pierde en un santiamén. Ese es el trigger definitivo para sentarme a escribir su historia, que es también la mía.
¿Tienes clara desde el inicio esa estructura de los tres: abuelo, padre e hijo?
Tengo claro que mi padre es ese eje central, el hombre justo de la vida acaso injusta, y que en torno a él vamos a pivotar los dos, como de hecho así fue en la vida. Su padre, mi abuelo, era una figura repudiada por él, fue un hombre muy humilde, pero muy espabilado. Nacido en España, llega a Cuba y se monta su vida. Cambia de identidad y, sin ninguna formación, consigue crear tres familias, dos de ellas paralelas. Tenía dos mujeres con sus hijos al mismo tiempo. Crea otra incluso después y, ya en Estados Unidos, regresa con una de las anteriores. Es un hombre con gran carisma, un verdadero buscavidas. Mi padre y él no se hablaban. Primero por razones familiares, por lo que le había hecho a su madre, y luego por las circunstancias políticas. Lo curioso es que mi abuelo termina exiliado en New York siendo un anticastrista activo mientras mi padre es el jefe de la oficina del Banco Nacional de Cuba en Moscú. O sea, en las dos capitales de ese metaverso que fue la Guerra Fría vivían esos dos hombres, padre e hijo, que se habían distanciado.
Siento que con tu padre te acercas y te alejas. De hecho, hay un buen trecho del libro, en su parte, en la que siento que la figura de tu padre se esfuma, como si no pudieras aprehenderlo.
Ya sabes lo que se dice sobre la ficción y la no ficción. En la ficción el personaje es tuyo, el límite de lo que hará lo pones tú. Esa anécdota fascinante de Stan Lee cuando le preguntan: «si se enfrentaran Iron Man y el Increíble Hulk, ¿quién ganaría?» «Pues quien me dé la gana», respondió Lee, «si esto lo escribo yo». En cambio, en la no ficción el escritor trabaja con personajes que son personas que vivieron. Y si uno se conoce a sí mismo hasta cierto punto, imagina a un padre o a un abuelo que la última vez que vi fue cuando tenía cinco años.
Ese es un gran momento del libro…
El abuelo llega a la casa a despedirse. Me levanta y yo le orino, como suelen hacer los bebés. Eso es algo que luego pensé mucho, que fue como si le bautizara antes de irse al exilio. Pero el reto era cómo operar con mi padre, un hombre que conocí y traté bastante, pero con quien al mismo tiempo siempre sentí una sensación de distancia, de ajenidad. Yo me voy muy pronto de casa, y después me voy muy pronto al exilio. Durante sus últimos veinticinco años de vida lo vi cuatro o cinco veces. Entonces con mi padre hay zonas, indagaciones que hice en entrevistas o sobre la relación con mi madre, cosas que escribí pero que luego dejé fuera. Llega un momento en el que no estás tan seguro de poder ajustarte a la verdad, y este libro busca muchas verdades, trafica con la verdad, y no lo digo por gusto, sino que es una transacción permanente. Como dices, hay temas en los quise meterme. Sobre todo, porque trataba de pensar qué diría mi padre con el libro, o qué diría mi madre, con quien no soy precisamente suave. Hay una responsabilidad en esto que quieres contar, en esa búsqueda de la verdad. Uno no puede asirla completamente, pero lo que no puede hacer es inventar.
Se siente que para ti la familia, la idea de familia, es importante. Me gusta mucho el momento en que elogias a tus padrinos por ser diferentes. Se siente el cariño con el que hablas de primos, tíos…
A fin de cuentas, soy un conservador (risas). La familia es importante y ha sido algo que he luchado por mantener, pero al mismo tiempo por romper y por problematizar, mantener una relación crítica con ella bastante fuerte. Por eso escribo que lo mejor de las madres es que son capaces de perdonar, aunque no nos conozcan.
Es muy destacable cómo usas el humor como herramienta literaria. Tocas temas muy serios, pero siempre tienes la capacidad de reírte de ti mismo y del entorno denso que te rodea en diferentes momentos de tu vida.
Creo que soy así. Es feo que lo diga yo, pero tengo ese Witz, el ingenio, y es algo que disfruto mucho. Creo que es una manera muy útil de llevar la inteligencia al límite, de desdramatizar, de quitarle solemnidad, pomposidad a cosas sin barnizarlas, sin que dejen de ser serias. El humor es parte de la distancia crítica. El desenfado es algo que disfruto mucho escribiendo, y en la vida. No enfadarme, usar la ironía, esa manera de ver las cosas no concediéndole más gravedad de la que tienen.
Escribes: «Los países, como los individuos, han de administrar sus ínfulas con cuidado. La soberbia o la arrogancia sólo se sostienen sobre una peana sólida». Como lector español me ha llamado la atención el tema de la excepcionalidad.
Es uno de mis temas.
Me ha permitido entender muchas cosas que me atraviesan cuando le presto atención al tema cubano.
Es una idea que ha animado la historia de Cuba desde el siglo XVIII. Es como una de esas profecías auto cumplidas. Esa permanencia del sentir que somos excepcionales. Creo que cuento la anécdota del primer presidente de la república, Tomás Estrada Palma, que está hablando con uno de sus ministros en la Cuba acabada de fundar, en 1902, y le dice: «Cuba será la Suiza de América». Su ministro le señala la calle y le dice: «¿y dónde están los suizos?» Es un tema al que le he dedicado tiempo porque me parece que es el tipo de ideas que forman un país para su virtud, pero también para su desgracia. Es corcho, flota, pero no tiene sustancia.
Otro aspecto que me gustaría destacar es la virulencia con la que te expones, especialmente cuando relatas tu estancia en el psiquiátrico. Es una escritura que me recuerda al mejor Limónov, el de Yo soy Edichka.
Es una escena de una fuerza… dudé mucho de si escribirla.
Es muy coherente con el espíritu del libro, con la búsqueda de la verdad hasta el fondo y además complejizan esos años de tu vida en Rusia. Son pocas páginas, pero de gran densidad, casi una novela corta.
Mira, es un libro sobre cosas muy serias, que solo puedes escribir de manera muy seria. Te estoy contando esto, no es un juego, habrá humor, pero esto es cosa seria. Saldar cuentas con tu padre es muy serio ¿Por qué un escritor se pone en ese lugar? Es una pregunta fundamental. Por eso al libro le puse Contra la memoria y el olvido: el asunto es cómo yo quiero administrar la memoria de lo que hemos sido, y la nostalgia que se empieza a desarrollar, no por la Cuba de los cincuenta, sino la nostalgia por el primer castrismo. La historia es tan larga… El castrismo nos ha matado con el reloj. Está muy largo todo este proceso. «Con Fidel no pasaba», dicen, ¡hay nostalgia del dictador! Es un fenómeno que ha estudiado Svetlana Boym en El futuro de la nostalgia. En las dictaduras largas se genera un olvido que provoca nostalgia. Es un mecanismo de defensa, como no hay futuro, la gente se busca un pasado al que agarrarse. Se crean esos juegos que son extraordinariamente perniciosos.
Hace poco leía una vieja entrevista a Susan Sontag en la que decía que ya era hora de hacer balance, de intentar comprender por qué alguna de la gente más noble e inteligente del siglo XX (los sinvergüenzas no le interesaban) había seguido como un ideal un sistema que era una abominable tiranía negándose a creer lo que contaban quienes venían de allí, que el comunismo no era sino la forma lograda del fascismo. Mientras el fascismo había fracasado, decía, el comunismo había sido un éxito, entre otras cosas porque había sabido atraer, engañar, a millones de personas y esa mistificación le parecía mucho más que una tristísima decepción. Era una tragedia de enorme importancia.
Uno de los grandes dramas de Cuba siempre ha sido el por qué la izquierda no ha apoyado a la oposición cubana. Por qué para la izquierda, aunque hay excepciones, claro, Cuba fue durante años el parque temático. Ahora es distinto, claro. Pero mira, hay otro asunto que me interesa mucho. Es esta psicóloga, Elizabeth Loftus, que habla de los falsos recuerdos. Investiga la manera en que puedes insertarle a la gente recuerdos de cosas que no existieron. Por eso también contra la memoria. La fragilidad de la memoria. Una referencia es mi querida María Stepánova cuando reflexiona sobre la santificación de la memoria, con todas las tiendas vintage, de las cosas más o menos antiguas, que encontramos por doquier. Y al mismo tiempo la tragedia de esa otra memoria, la nube, donde vamos acumulando toda esa cantidad de imágenes, selfies, fotos, datos que no tuvieron interés en el momento en que se crearon ni lo tendrán nunca más. Lo tenemos ahí y un domingo aburrido podemos consultar y ver qué hacíamos tal día. Toda esa información, tu memoria, la tiene una empresa, y esa empresa es la dueña y no se hace responsable, la puede borrar cuando quiera. O sea, esa memoria, la tuya, no solamente es inútil, sino que ni siquiera es tuya. Es fascinante.
La imagen sustituye lo que sentías.
Déjame llegar un poco más allá. A menudo no estás viviendo el suceso para crear la memoria del suceso. El móvil está creando la memoria en el iCloud de una experiencia que no estás viviendo. Nunca en la historia de la humanidad hubo eso de esa manera.
Por suerte nos quedan los libros…
Para que los lean cuatro.
Para que esos cuatro, o cuatro mil, sepan sobre la base de San Antonio de los Baños, conocida como la Batista Field, donde entrenó el escuadrón que luego arrojará la bomba atómica sobre Hiroshima, dato que pocos conocen, o la transcripción de la conversación de Stalin con el embajador cubano, todo un hallazgo. Hay un trabajo de investigación, de ratón de biblioteca, que hace aflorar perlas de conocimiento que sabes insertar en tu narración con precisión. Es el arte del montaje, que solemos asociar a las películas, pero que es clave en este tipo de libro.
Me alegra que lo hayas visto así porque me costó horrores. Trabajé mucho cómo hacer que no desentonara ese lado ensayístico. No por gusto, sino porque me importaba trasladar la historia intelectual de muchos de los que vivieron entre esos dos mundos. He dedicado mi vida a Rusia y Cuba, aunque viviendo en España y sintiéndome español. Me pregunté mucho cómo hacer que esas dos marcas culturales y sentimentales funcionaran. Sentía que mucho testimonio suele empalagar, así que me dije, «tienen que estar también actuando ahí Martí y Brodsky, Sarduy y Tsvetiàeva, porque esa es la manera como yo concibo la cultura». Hay cosas que cuando se juntan crean chispas tremendas. Cuando descubro lo de Sarduy, el fax, y el proceso de traducción de los poemas de Tsvetiàteva siento que estoy ante algo extraordinario y lo quiero explicar.
Ese formato híbrido es lo que hace al libro importante. Como cuando escribes sobre el día que acompañas a una periodista argentina a entrevistar a la poeta Dulce María Loynaz, premio Cervantes del año 1992 a sus noventa años. Cuentas cómo, acosada por las preguntas de quien espera que critique abiertamente al gobierno, al castrismo, a la vida, la poeta de noventa años se escurre con una gracia que la rejuvenece: «¿No ven lo frágiles que tengo estas piernas?», preguntó, y ante el aquiescente silencio, que era la única respuesta que admitía esa pregunta, formuló otra: «¿Por qué me empujan entonces a que camine con ellas sobre el hielo?»
Mira qué me ha costado eso con los periodistas. No hay uno que no haya dicho que escribí unas memorias. Joder, que no son unas memorias. Hombre, evidentemente, como en tus libros, hay un montón de cosas que tienen que ver con lo que uno ha vivido, pero mi voluntad no era de escribir mis memorias, que por otro lado no sé si tendrían interés.
Claro, no es solo una autobiografía, es un ensayo lírico, en la línea formal, que no temática, de autoras contemporáneas, como Olivia Laing, Rebeca Solnit o María Gaínza, por citar algunas. Hay una mirada singular sobre, por ejemplo, lo urbano. En Moscú, New York, La Habana, pero también sobre Miami… De Miami dices algo tremendo, que te voy a leer: «Miami llama al cuerpo cubano y lo mantiene siempre en vilo. A la isla de Cuba, ¡fíjense en los mapas!, arqueada hacia arriba, como si la Florida la llamara, la atrajera, la imantara con su promesa siempre renovada de pan y libertad. ¡Pan y libertad! ¡Miami es la verdadera Revolución! ¡Miami es la dadora de todo por lo que vale la pena subvertir un orden y crear otro nuevo! Y lo es más, porque el orden ya está ahí, en los lineales del Walmart y la silueta del skyline, que parece dibujada por las columnas del ecualizador que pone a bailar al mundo con el beat de este siglo, en la divina fragancia a aceite requemado de El Palacio de los Jugos y la playa llena de cuerpos que a golpe de anabolizantes y bótox disimulan y a la vez exhiben la tremenda angustia que es vivir, en la vitalidad enorme de su ingenio y desde luego en el comercio de ese ingenio, en la atracción que genera también en el norte, haciendo fluir hacia ese ombliguito del mundo mucha de la sangre que el deseo y el capital empujan por el organismo norteamericano.»
Escribir de Miami es escribir sobre la Revolución. Vivir en Miami es vivirla en su antes, su durante y su después. Y morir en Miami: bueno, «morir por la patria es vivir».
Hablas de la verdad de los testigos y eso es muy interesante.
Es importante diferenciar espectador y testigo. Un testigo es el que participa y, sin embargo, permanece alerta. Un testigo no es alguien que haya escapado de la vida. Vive la vida, la vive mucho más a fondo, mucho más apasionadamente, pero al mismo tiempo en lo más profundo permanece como un observador, sigue recordando que «soy una conciencia».
El narrador de este libro está en actitud de testigo, que es seguramente una actitud más fértil para la escritura.
Puede hasta ser un cómplice el testigo. Te pone a escribir sobre un terreno muy firme. Los testigos son fundamentales para la memoria, son sus asideros. Esto que hace Elizabeth Loftus en los juicios, para ver hasta dónde sus testimonios son falsos. Hay un momento en que voy a entrevistar a los Torres, que trabajaron con mi padre, y no consigo sacarles nada. La relación que tiene cada cual con la memoria es distinta. Soy testigo de mí mismo.
Al final te preguntas, ¿qué le queda a uno del pasado? ¿Ya lo descubriste?
Ya sabes aquello que solemos decir, que estamos hechos de lo que hemos vivido. Podríamos preguntarle a ChatGPT, a ver qué nos cuenta. La inteligencia artificial que sí está hecha de lo que tiene anotado. Es un tema que ahora mismo me fascina. Así que no sé qué me quedó del pasado.
Quizás algo que tenga que ver sobre tus varias vidas. Ya desde la dedicatoria, en la que le agradeces a Cristina por la nueva vida, hasta el asunto del feto muerto, que tú sientes que eras tú, algo muy discutible por otro lado.
Es discutible, pero piensa que hay un gran tópico en la psicología infantil que es lo que llaman los niños fantasmas, que son aquellos que tienen las parejas que han perdido un hijo a una edad temprana, en un accidente o por enfermedad (no es mi caso, ya que era un hijo nonato), entonces los padres tratan de tener otro hijo rápidamente al que a veces le dan el mismo nombre. Quise jugar literariamente con esa idea, ¿dónde está mi tumba? ¡Quiero ir a ponerme flores! Para que digan, «este se pone muchas flores». Es un poco entrar en el asunto ya muy manido de la ficción, la autoficción y hasta dónde se mete uno en los libros. Pero es que yo no concibo, y creo que tú tampoco, escribir un libro donde yo no esté. No lo concibo. No porque me crea que yo soy algo, es que si no me estoy confrontándome con lo que vivo y con lo que escribo, entonces qué sentido tiene.
Y ahí la importancia de la poesía, que está ahí todo el tiempo.
Cuando hablamos de la memoria y de la nostalgia como sucedáneo, la poesía es fundamental. Es la más sublime de las maneras de acercarse de la verdad. Con Rusia, además, hablamos de palabras mayores. Cuando trabajas con Rusia es impresionante. Es un pozo sin fondo. En Rusia el valor del artista, del poeta, es fundamental. Es una cultura mamada desde niños. Después pasa lo que pasa y se meten en una guerra y destrozan Ucrania. Pero hay un magma cultural que está ahí.
La parte perniciosa es el romanticismo que ensalza una idea de patria excluyente.
Que es muy dúctil para el tirano, como lo fue para Hitler. Tráeme a Wagner que lo coge y lo muele. Es el problema del nacionalismo en el arte, que es perfecto para los tiranos. Lo vemos todo el tiempo. En Rusia, ahora, es una tragedia.
***
Seguiría conversando con Jorge un rato largo, pero es hora de seguir. Quedamos emplazados para otro encuentro. Al llegar a casa busco en internet los versos de Marina Tsvetáyeva, traducidos por Sarduy, que escojo para cerrar este encuentro.
Crecen los versos como estrellas rosas. La belleza es inútil en familia. Y para las coronas y apoteosis solo hay una respuesta: ¿De quién vienen? Cuando dormimos, a través de piedras, nos visitan del cielo —cuatro pétalos. Descubren los cantores —aún soñando— la ley de las estrellas y las flores.
Leer a Jorge Ferrer es un festin suculento. Sin poesia no hay belleza.
Gracias por la iluminada entrevista.
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