Mike Hammer, el último disidente en La Habana

    Mike Hammer, Jefe de Misión de la Embajada de Estados Unidos en La Habana desde mediados de noviembre de 2024, dijo en una ocasión que si un «regalo» le había dejado su madre, la señora Magdalena Altares, originaria de España, era su idioma. El dominio del español —también habla francés e irlandés— cuajó en la infancia, cuando dejó su natal Washington y fue con sus padres a vivir a Honduras, El Salvador, Colombia, Venezuela y Brasil. De adulto, trabajó como embajador en Chile. No desconoce la región. Hammer no aterrizó ayer en Latinoamérica. Pero todo indica que el español criollo se le hizo complicado. Una vez pidió a los cubanos que le hablaran «más lentito». Después añadió: «Para que este recién llegado yuma, como dicen los cubanos, les entienda todito».

    A Hammer, de 62 años, le gusta usar la palabra «yuma», que pronuncia con la cadencia rara que tienen los yumas cuando imitan el acento cubano. Tiene un dejo medio guapo, que no llega a ser callejero, aunque lo pretende. El diplomático entendió que «yuma» no es una palabra cualquiera en Cuba, y echa mano de ella cada vez que puede, es decir, cuando quiere sacarle una risa a los chicos de la calle, cuando se sienta a jugar dominó en un barrio de Camagüey, o cuando quiere que la gente sepa que él no es un igual, pero lo intenta. «Yuma» en Cuba puede ser lo mismo un atributo que una ofensa, un sustantivo para endiosar que un adjetivo para denigrar. Por eso, de manera muy lista, Hammer agarra la palabra y se dice «yuma» antes de que se lo digan a él. Se burla de sí mismo antes de que se burle otro. Hammer es un pillo.

    Es también, probablemente, el tipo más popular de Cuba de los últimos meses. Recorre las calles del país a sus anchas y luego termina enrojecido y sudado, como cualquier yuma en el trópico. Se le ha visto preguntando a un botero de Santiago de Cuba, con la curiosidad del extranjero incrédulo, cómo funciona un almendrón. O tomando café en el negocio de unos emprendedores de Matanzas. O llevando girasoles a la virgen en el Santuario del Cobre, donde le impresionaron tesoros como la medalla de 23 quilates del Nobel de Ernest Hemingway, y la ofrenda que llevó hasta allí el lanzador Aroldis Chapman. 

    Misión Mike Hammer junto a emprendedoras de microempresas en el oriente cubano / Foto: @usembcuba

    Hammer viste con pantalón oscuro y camisas claras. Parece que está siempre de vacaciones, como un turista en las calles de Obispo, perdido en el casco histórico. Pero en realidad el jefe de la misión está haciendo su trabajo. Desde que llegó a La Habana junto a su esposa Margret Bjorgulfsdottir (tienen tres hijos juntos) y reemplazó en el puesto a Benjamin G. Ziff, dijo que se encargaría de conocer el país y de escuchar a su gente. Ha sido su estrategia durante más de 35 años de carrera diplomática como embajador en Chile y República Democrática del Congo, como enviado especial para el Cuerno de África, y también al frente de cargos importantes en el Departamento de Estado y la Casa Blanca. Una vez aseguró que su experiencia en tantos países le ha sugerido una verdad: «Que la gente aspira a lo mismo: poder vivir en paz, tranquilos, en libertad y con oportunidades económicas».

    Al poco tiempo de su llegada a Cuba, Hammer se dió cita con líderes religiosos, recibió en su casa a las Damas de Blanco Bertha Soler y Martha Beatriz Roque, visitó a la familia de la presa política Sissi Abascal, pero hubo un gesto particular con el que parece haberse ganado el afecto de la gente y, sin ninguna duda, la vigilancia del gobierno.

    En una publicación donde aparece caminando, en un día cualquiera y soleado de inicios de mayo, le pidió a los cubanos que, si así lo querían, lo detuvieran en la calle, que él estaría encantado de hablar con ellos y de escucharlos. El guiño conmovió a la gente, adaptada al desprecio de sus líderes o a la indiferencia de otros diplomáticos cómplices. También a la brecha que, sobre todo en los últimos años, ha separado al pueblo de la embajada estadounidense situada frente al malecón habanero, donde anteriormente se formaban multitudinarias colas de solicitantes de visa que luego tuvieron que gastar los miles que no tenían para viajar a terceros países a realizar trámites consulares. Durante su primer mandato, tras los supuestos ataques sónicos que aún no se esclarecen del todo y que afectaron a una veintena personas, Donald Trump retiró a más de la mitad de su personal de la embajada. Aunque la sede diplomática retomó paulatinamente sus servicios, y ahora son menos los cubanos que tienen que viajar a Guyana para solicitar ciertos tipos de visas, aún se mantienen restricciones propias de la política de mano dura de la administración republicana hacia la isla.

    Pero Hammer no solo le pidió a la gente que lo detuvieran en plena calle, sino que fue más allá. Publicó un correo electrónico para que le escribieran, si tenían interés en conocerlo. Así llegó hace unas semanas a la casa del joven Abel Lescay y su pareja en Bejucal, donde le prepararon un café a leña, el modo en que cocinan muchos cubanos desde que el gobierno les concede una o dos horas de electricidad diarias. Ha recorrido Matanzas, Pinar del Río, Mayabeque, Holguín, Guantánamo o Santiago de Cuba. Ha tocado la puerta de la gente más asediada, de la gente más dolida. Algunos lo llaman propaganda, otros lo llaman deber. Algunos lo llaman diplomacia, otros le agradecen con el alma. 

    Donaida Pérez, quien salió de la prisión de mujeres de Guajamal a inicios de enero tras las negociaciones del gobierno cubano y El Vaticano, fue contactada por el equipo de Hammer vía Whatsapp. El diplomático quería visitarla en su casa de Placetas, Santa Clara. Pérez dijo que sí, que por supuesto. Hablaron durante casi dos horas de los presos políticos, del estado de salud de Loreto Hernández, esposo de Donaida, encarcelado desde las protestas de junio y enfermo en prisión.

    Mike Hammer junto a Donaida Pérez Paseiro en su casa / Foto: @usembcuba

    «Es la primera vez que veo que un embajador haga eso, que salga a la calle, que hable con el pueblo, que pregunte», dice ella. «Mike Hammer es lo máximo. Investiga cómo es el pueblo en el que está viviendo, en el que está trabajando. Toda mi vida voy a recordar que Mike Hammer, el embajador, visitó mi humilde casa». 

    Donaida no tuvo chance de prepararle un café. No había luz. 

    A Martha Perdomo, madre de Jorge y Nadir Martín Perdomo, condenados a ocho y seis años de privación de libertad por participar de las mismas protestas, Hammer la invitó en enero a la sede de la embajada. Martha lo agradece hasta hoy. «Mike Hammer escucha al cubano de a pie, al cubano que tiene problemas», cuenta. «Nunca había visto que alguien así se interesara. Fue una satisfacción muy grande que este embajador nos haya escuchado».

    Hammer telefoneó al líder santiaguero José Daniel Ferrer cuando lo excarcelaron en enero, y luego fue hasta su casa de Altamira, cuando la Seguridad del Estado ya había cargado una vez más con el disidente. También ha visitado a varios líderes católicos, protestantes y yorubas, consciente de que son los únicos que abren sus puertas a la gente apaleada. Ha denunciado el «trabajo forzado» al que son sometidos los médicos cubanos en misiones extranjeras. No le falta la electricidad, pero se ha quejado de los apagones. 

    Cuando quiso agenciarse un símbolo cubano, Hammer buscó a José Martí. Visitó su tumba en Santiago de Cuba y el gobierno hizo inmediatamente control de daños. El Ministerio de Relaciones Exteriores (MINREX) tildó la visita de «​​manipulación pública e insultante». Además, lo citaron «a fin de llamarle la atención» por la «conducta injerencista e inamistosa que ha asumido desde que llegó a Cuba».

    Hammer es el último disidente del gobierno de La Habana, el último opositor que se ha ganado Miguel Díaz-Canel. Hace, con sus dedos índice y pulgar de la mano derecha, la letra L, símbolo de libertad. Pide la liberación de los presos políticos. Reclama reformas. Exige el respeto a los derechos humanos. Tiene detrás de sí agentes que lo vigilan y ha aprendido a usar la palabra ciberclaria. «Lo que me preocupa es que las autoridades y las ciberclarias están animando a militantes a que interrumpan mis actividades», ha dicho. 

    Mike Hammer visita a los familiares de los presos políticos del 11J Yosvany García y Ramón Zamora. / Foto: @usembcuba

    En Miami, donde le asignaron el título de embajador del Exilio Cubano, llegó con noticias desde La Habana que la comunidad del exilio acogió con placer. «Esta supuesta revolución está fracasando», dijo, como si todos no lo supieran ya. Cuando denunció que los seguían por todos lados, lanzó un chiste, astuto como es: «Si giramos a la derecha, otros giran a la derecha. No me gusta ir hacia la izquierda pero, en todo caso, si giramos a la izquierda, van con nosotros».

    También, en línea con el ala más enfática de Miami, Hammer ha hablado del control en el otorgamiento de visas a miembros del Partido Comunista, y, en consonancia con la parte más conservadora, ha apoyado el recrudecimiento de las sanciones al gobierno de La Habana. Como buen opositor, ha aparecido en todas las plataformas al servicio del castrismo. En Cubadebate, Randy Alonso tildó su conducta de «molesta e injerencista». En el programa Con Filo, el presentador Michel Torres Corona dijo que era un emisario de «la política de asfixia» de Estados Unidos hacia Cuba. En el sitio Razones de Cuba, lo calificaron como «agente de la desestabilización». Por si fuera poco, Lis Cuesta Peraza, esposa de Díaz-Canel, lo llamó «desvergonzado». «Hay que ser muy infeliz para cumplir tan triste papel», dijo en X. «No clasifica ni como enemigo de calibre».

    Respaldado desde Washington, a Hammer no lo han detenido los insultos del gobierno. No suspendió sus visitas a miembros de la sociedad civil, ni paró sus denuncias, y tampoco ha dejado de tomarse fotos con líderes de la oposición o familiares suyos. Ni siquiera ha dejado de mencionar a Martí. En el natalicio del Apóstol, como recordatorio y como mantra, Hammer citó: «Si la República no abre los brazos a todos y adelanta con todos, muere la República». 

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