Oscar Casanella y los riesgos del disidente

    El pasado 24 de junio, el activista y científico cubano Oscar Casanella acudió a su audiencia final de asilo político en la Corte de Inmigración de Miami, y luego de varias horas de sesión, desde la mañana hasta la tarde, el juzgado no emitió ningún veredicto. Según trascendió a través de sus abogadas, Kenia García y Eliany Aquiles, la jueza emitirá por escrito la decisión final el próximo 11 de julio, luego de recibir un sumario o resumen del caso por parte de la defensa. Si la solicitud de asilo político de Oscar Casanella no fuese aprobada, sería una verdadera tragedia. Hablamos de unos de los más genuinos disidentes políticos en la última década en Cuba, un hombre generoso y honesto que practicaba constantemente la solidaridad con otros activistas y ciudadanos, independientemente de las consecuencias físicas y psicológicas que esas decisiones pudieran traerle. Considero a Oscar Casanella un amigo. 

    En Los intrusos, la crónica que escribí hace un par de años sobre el Acuartelamiento de San Isidro y sus participantes, aparece, desde luego, un perfil de Oscar, un breve recorrido por su vida. A continuación lo comparto con los lectores de la revista.

    ***

    Oscar Casanella 

    Nace el 22 e febrero de 1979 en el Hospital Militar Naval y vive desde siempre en el reparto Ayestarán, barrio Tulipán, una zona moderna de La Habana, aunque la familia, compuesta por sus padres y su hermana, ocupa un apartamento de dos cuartos en un edificio que parece un cajón, sin balcones ni nada. «El apartamento quedaba en interior, tanto así que a las doce del día había que encender la luz. Lo bueno era que, si querías descansar temprano, apagabas la luz y te acostabas a dormir», dice Oscar. Su madre, Georgina de la Caridad, a quien llaman Cachita, es oftalmóloga. Trabajó como médico militar en el Hospital Carlos J. Finlay y durante una misión internacionalista en 1989 en Etiopía sufrió un accidente automovilístico que le destrozó uno de los codos y le hizo perder la sensibilidad en dos dedos de la mano. El padre, que tiene el mismo nombre del hijo, es ingeniero mecánico, pero tanto él como Cachita están ya jubilados.

    En la primaria Frank País, Oscar forma parte de un grupo humorístico llamado Bajichupa. Tocan tumbadora y se disfrazan de gente famosa. En las tardes Oscar se escapa a una barbería contigua y juega ajedrez con algunos de los vecinos. Las piezas son de madera, grandes, viejas, muy bonitas, y lo fascinan. «Yo las agarraba con la mano completa y se sobresalían, imagina el tamaño de aquello». Llega a participar incluso en competencias escolares.

    El preuniversitario arranca en los Camilitos de Arroyo Arenas, escuela vocacional militar. Sus padres, con conocimiento de causa, quieren otra formación para Oscar, pero en ese momento él solo piensa en defender la patria, la revolución y el socialismo. Después del primer curso, lo embarga una profunda decepción. «Lo que yo viví allí es indescriptible. Estábamos en pleno Período Especial. Los adolescentes necesitan alimentarse, además del gasto energético. Corríamos cinco kilómetros por la mañana con las botas puestas. Estudio, guardias, marchas, tremendo. Pasé un hambre descomunal, pero lo peor no fue eso. Lo peor eran las injusticias», aclara. «Había muchos oficiales abusa dores que te ponían a chapear con machetes sin cabo. Las manos se llenaban de ampollas. Te curaban en la enfermería y te volvían a dar el mismo machete. Hacías guardias en la cochiquera, donde los oficiales mataban puercos todo el tiempo y tú nunca veías esa carne. Me fui para otros Camilitos y resultó la misma mierda».

    En el nuevo centro coincide con dos nietas de Fidel Castro, también alumnas. «A ellas las llevaban en Mercedes Benz, cuando todo el mundo andaba en bicicleta. Al menos ninguna de las dos alardeaba». Después de conocer el abuso, esta escuela le presenta a Oscar el ejercicio de la corrupción. Un oficial, el teniente Leiva, pérfido y déspota, abusa sexualmente de muchas alumnas. Tiene treinta y un años y ya peina canas. «Yo soy un tipo muy tranquilo y pacífico y ese Leiva llegó a sacarme tanto del paso que lo invité a fajarnos». El grado de angustia es tal que terminan remitiéndolo a una consulta de psiquiatría, pero las terapias no sirven de mucho. Los consejos del médico poco tienen que ver con el rigor físico de la vida militar y sus miserias permitidas.

    Tras ingresar en las filas de las juventudes comunistas, Oscar abandona también esta escuela y se va a un pre en el campo. Ahí cultiva naranjas y organiza las recreaciones nocturnas. Luego ingresa en la carrera de Física en la Universidad de La Habana, pero lo que le gusta realmente es la Bioquímica. La gente le pregunta por qué quiere cambiar de carrera, si la Física se le da muy bien. «Nada», dice, «es que yo me había leído el libro de Parque Jurásico, que está mil veces mejor que la película, y me había motivado mucho. Me gustaban todos los pasajeros desconocidos aquellos que hablaban de ingeniería genética, evolución, etcétera. Ya desde doce grado yo iba a concursos nacionales de Física, me salía fácil, pero no me apasionaba».

    Al año siguiente entra en Bioquímica. La familia se encuentra muy mal económicamente, y no a pesar de que sus padres sean profesionales, sino debido precisamente a ello. Oscar empieza a vender cakes en la universidad, y también vino casero. Los hace de uva, remolacha, frutabomba, plátano y arroz. Luego los enfría, carga su mochila con varias botellas y en las noches sale en su bicicleta rumbo a las fiestas universitarias.

    En aquel entonces ya es amigo de Ciro Javier Díaz, uno de los líderes junto a Gorki Águila de la banda Porno para Ricardo, el grupo de rock contestatario y anticomunista, que arremete contra todo, incluido Fidel Castro. No hay ningún otro músico, orquesta, o artista cubano que en ese momento, a fines de los noventa, se atreva a hablar como ellos lo hacen, de ahí que aquella cercanía sea decisiva para Oscar. «Las primeras canciones de la banda», dice, «eran más de sexo y jodedera, punk rock, pero empezó la censura, la mojigatería, no puedes tocar aquí, no puedes tocar allá. Les quisieron hacer la vida un yogurt y ahí se radicalizaron. La respuesta fue meterse directamente en la política.» En algunas de las primeras peñas Oscar se sube al escenario y toca la guitarra acústica. Una vez, en un concierto en la residencia del embajador de Polonia, le hace la segunda guitarra a Ciro, pero no como parte de Porno…, sino de otro proyecto personal de Ciro llamado La Babosa Azul. Cuando Oscar conoce a quien luego sería su esposa, madre de sus dos hijos, la diversión consiste en irse para el Malecón o el parque G en el Vedado y tocar la guitarra y beber alcohol peleón hasta las tantas de la noche. No tienen dinero para más.

    En 2002 a su abuela materna le diagnostican un cáncer. Oscar empieza temprano a estudiar el tema. Su tesis de graduación trata sobre el veneno del escorpión azul o Rhopalurus junceus, que en Cuba se usa contra el cáncer de forma empírica. «Recorrí toda la isla recogiendo alacranes. Los ordeñaba con pulsos eléctricos, sacaba el veneno, separaba el veneno, lo fraccionaba, lo probaba en células tumorales. Trabajé tanto en la Facultad de Biología como en el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB), donde aprendí muchísimo. Es un centro muy grande, muy versátil, tiene de todo, muy buen equipamiento y científicos bien preparados, pero a la vez te das cuenta de que la prioridad es la cuestión política. La vigilancia, las cámaras, los micrófonos, un ambiente muy feo y muy tenso». El día de la discusión final, le dicen que su tesis tiene que ocurrir a puerta cerrada y tampoco se puede publicar. Además, no debe continuar con sus investigaciones a menos que trabaje en LABIOFAM, la farmacéutica nacional asociada al Ministerio de Salud Pública.

    «Me di cuenta de que LABIOFAM tenía el monopolio del veneno de alacrán», dice, «un recurso biológico que debería estar a disposición de cada institución que quisiera investigar».

    En 2004, ya graduado de la universidad, Oscar empieza a trabajar en el Instituto Nacional de Oncología y Radiobiología (INOR), especializado en oncología molecular. Hasta donde puede, con los recursos que hay, inicia varias investigaciones. A la par, recorre la peligrosa ruta de sus ideas políticas. Mientras más se destaca como activista, menos libertad tiene como científico. Entre 2009 y 2011 se marcha a una beca en Lausana, en el Instituto Suizo de Bioinformática. Ahí analiza grandes volúmenes de datos.

    «Teníamos los niveles de expresión del genoma completo del tumor y trabajábamos a veces con ensayos clínicos de cinco mil pacientes. Entonces sacabas los treinta mil genes del tumor y los treinta mil genes del tejido normal del paciente. Eso se manejaba con programación, no se podía hacer siquiera en Excel». Mientras, viaja por varios países de Europa: España, Francia, Italia, Alemania. También va a Turquía. Dicta conferencias y le pagan más dinero del que ha visto nunca antes. Sus colegas no creen que en Cuba gane veinte dólares mensuales como salario. Oscar intenta matizar, diciendo que la salud y la educación son públicas, y le responden que en Suiza igual. Ocurre una metamorfosis. A Cuba, de vuelta al Oncológico, regresa otra persona.

    Sin internet aún en la isla, fuera de algunas instituciones muy específicas, Oscar empieza a mover junto a otros colegas unas memorias flash con documentos censurados. Los noticieros de TV Martí; los reportes del periódico Cubanet; videos, documentales y películas censuradas. En 2013 la Seguridad del Estado va a su casa y le exige que suspenda la fiesta de bienvenida planeada por la visita de su amigo Ciro, quien antes se ha ido a Brasil a estudiar un doctorado en Matemáticas. Oscar hace la fiesta y la pesadilla comienza. Vienen mítines de repudio en el trabajo, tres años de acoso. Su jefe, represor de cuello blanco, le sugiere que pida la baja, que no lo van a dejar hacer ciencia, pero Oscar, recordando lo que aprendió en Suiza, quiere todavía defender sus derechos laborales.

    «A principios de 2016, los investigadores tuvimos que llenar una planilla de solicitud de acceso a internet, poner por qué lo necesitábamos, en qué lo íbamos a usar, cuál herramienta nos hacía falta, todo eso. Yo llené la mía. Lo que quería hacer era precisamente bioinformática, tenía que bajar matrices de datos de ADN, cosas así, pero me negaron el acceso por lo que llamaron “un posible mal uso de internet”». Después de varias sanciones e incontables reuniones burocráticas, a Oscar lo expulsan del Oncológico ese mismo año, bajo la excusa de «incumplimiento laboral». Antes ha conocido a los hermanos Ruiz Urquiola y se ha vuelto su amigo cercano. Los acompaña en su pelea particular, y esa vorágine disidente lo inscribe en un circuito mayor.

    Para comienzos de 2020, Oscar se encuentra eufórico, porque ha llevado un sondeo de opinión pública en 11 provincias del país, y después de encuestar a más de cuatro mil cubanos, las cifras arrojan que un setenta y tres por ciento ve con buenos ojos el pluripartidismo y el libre mercado. Otro porciento menor quiere libre mercado y no le interesa si el Partido Comunista sigue al frente o no. Un último grupo se abstiene, alrededor del quince por ciento. «Yo veía que la gente protestaba por cuestiones económicas, pero no por razones políticas, y esa es la razón por la que ya me había fijado en Denis Solís, quien una vez organizó la protesta de los bicitaxeros en La Habana Vieja. Cuando lo cogieron preso, yo recuerdo que empecé a llamar a mucha gente. Llamé a Omara, llamé a Maykel, pensé que había que hacer algo».

    Oscar es uno de los activistas que va a la estación policial de Cuba y Chacón para interesarse por el paradero de Denis (lo que desataría los sucesos que llevarían al Acuartelamiento de San Isidro), cuando la policía política lo detiene. Llega también al Vivac de Calabazar, municipio Boyeros, y lo llevan preso para una estación de Cojímar. La Seguridad del Estado dispersa a los disidentes por calabozos aislados de la ciudad y luego los libera en la noche, para que no tengan cómo regresar a sus casas o demoren en volver a encontrarse.

    Katherine Bisquet. Inquilinos de Damas 955, San Isidro (La Habana Vieja).
    Katherine Bisquet. Inquilinos de Damas 955, San Isidro (La Habana Vieja).

    Ya en pleno acuartelamiento, su madre, Cachita, viaja a La Habana desde Estados Unidos, adonde ha ido a visitar a su otra hija, y el 21 de noviembre la Seguridad del Estado le permite entrar a la sede del Movimiento San Isidro, en Damas 955. «Los intereses de mis padres y de la policía política estaba alineados», dice Oscar, «porque ella quería que yo abandonara la huelga, desde luego». Cachita le toma los signos vitales a cada uno de los huelguistas y encuentra que Maykel Osorbo, debido al mal estado de sus riñones, se encuentra en las peores condiciones físicas.

    Luego de algunas conversaciones con la familia, Oscar abandona la huelga en la tarde del martes 24 de noviembre. «Por una parte, me sentí mal por irme, y a la vez sabía que me iba a sentir mal también, y peor, si jodía a mi familia. La mayoría de las veces yo hice activismo solo o con muy pocas personas, porque la información siempre se filtraba, pero ahí hubo mucha gente en sintonía, sincronizada, y no es que el efecto de la acción se multiplique por cada miembro que participa, sino que entonces el efecto es exponencial».

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    Carlos Manuel Álvarez
    Carlos Manuel Álvarez
    Bebedor de absenta. Grafitero del Word. Nada encuentra más exquisito que los manjares de la carestía: los caramelos de la bodega, los espaguetis recalentados, la pizza de cinco pesos. Leyó un Hamlet apócrifo más impactante que el original de Shakeaspeare, con frases como esta, que repite como un mantra: «la hora de la sangre ha de llegar, o yo no valgo nada». Cree solo en dos cosas: la audacia de los primeros bates y la soledad del center field.

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