Francisco y la llave de los (des)encuentros

    «Geográficamente, Cuba es un archipiélago que mira hacia todos los caminos, con un valor extraordinario como “llave” entre el norte y el sur, entre el este y el oeste», dijo el Papa en su primera visita a la isla.

    Jorge Mario Bergoglio (1936-2025) —ordenado sacerdote en 1969 y obispo en 1992, creado cardenal en febrero de 2001 por Juan Pablo II— iría a convertirse, en marzo de 2013, luego de la inopinada dimisión de Benedicto XVI, en el papa Francisco, primer jesuita y primer latinoamericano en ocupar el trono de san Pedro. También sería el primero de ese nombre, en remembranza de san Francisco de Asís, «el hombre», diría, «de la pobreza, el hombre de paz, el hombre que ama y protege la Creación».

    Justo ahí, naturalmente, confluye en el centro de la historia mundial la biografía del chico porteño descendiente de inmigrantes italianos, el seminarista en Villa Devoto, el novicio en la Compañía de Jesús, el estudiante de teología (del pueblo), el autoritario provincial de la Argentina, el párroco del barrio San José, el bienhechor (o no) de los padres Franz Yalics y Orlando Yorio y, probablemente, de muchos otros durante la última dictadura militar en su país, el apartado que atraviesa «una gran crisis interior» primero en Alemania y después en Córdoba, el restituido visitante de las villas miseria, sostén de enfermos y desamparados, el crítico de las ideologías terrenales y del boato de la jerarquía eclesiástica…

    Llegado a Roma desde casi «el fin del mundo», Bergoglio tenía 76 años cuando deseó «buona sera» a todos desde su balcón en el Vaticano. A partir de entonces proclamó la «opción por los pobres» como base de un pontificado tan austero como enérgico que se extendió por unos 12 años hasta el alba de este lunes 21 de abril, cuando fue anunciada su muerte —víctima de un derrame cerebral tras los compromisos pascuales y la convalecencia por una grave afección respiratoria— en la residencia papal de Casa Santa Marta.

    Lejos del inflexible conservadurismo de sus predecesores, Francisco propuso abrir la Iglesia a la gente común e impulsar su trabajo pastoral en regiones periféricas de Asia, África y América Latina. Se opuso a la criminalización de los migrantes; viajó incansablemente para mediar en conflictos bélicos y acercar posturas con líderes políticos y religiosos antagónicos; enfrentó por fin la epidemia de abusos sexuales contra menores al interior de la Iglesia; adoptó posiciones ambiguas —acaso graduales, pero, a fin de cuentas, ejemplos de un imposible equilibrismo— en temas como la homosexualidad, la transexualidad y el matrimonio entre personas del mismo sexo; transformó la curia burocrática y administró con reciedumbre y mayor transparencia las finanzas del Vaticano. 

    En su encíclica Laudato si abogó por la protección de la «casa común», otorgándole carta de ciudadanía a los esfuerzos ambientalistas y denunciando la inequidad endémica a nivel global. «Hay más sensibilidad ecológica en las poblaciones, aunque no alcanza para modificar los hábitos dañinos de consumo, que no parecen ceder sino que se amplían y desarrollan. […] Si alguien observara desde afuera la sociedad planetaria, se asombraría ante semejante comportamiento que a veces parece suicida», decía. «Mientras tanto, los poderes económicos continúan justificando el actual sistema mundial, donde priman una especulación y una búsqueda de la renta financiera que tienden a ignorar todo contexto y los efectos sobre la dignidad humana y el medio ambiente. Así se manifiesta que la degradación ambiental y la degradación humana y ética están íntimamente unidas».

    Tal como era inevitable, Francisco estuvo siempre bajo una nube de sospecha proporcional a la esperanza que suscitó entre gran parte de la feligresía universal. Se ganó a pulso un nutrido ejército de enemigos, soterrados o no, entre los tradicionalistas y los conservadores urbi et orbi. Y, por supuesto, no falló en defraudar a quienes esperaban del Obispo de Roma enfoques y acciones aún más liberales o progresistas. En todo caso, fue un Papa carismático, popular y querido hasta el instante de su última aparición pública, en silla de ruedas, este Domingo de Pascua.

    ***

    La ironía estaba en acción. Irremediablemente, el cargo iba a alejar a Bergoglio de la gente común. Para que se desperezara el cuerpo sedentario de la Iglesia católica, él tendría que quedarse a vivir en Roma —nunca más regresó a la Argentina— y ponerse a jugar en el tablero de la política internacional. Por supuesto, seguiría oficiando misa para la multitud, abrazaría enfermos, besaría los pies de los reos y se acercaría a los creyentes de otras religiones. El Papa renovó sus votos de humildad e insistió en su divisa: «Quiero una Iglesia pobre y para los pobres»; pero al mismo tiempo debió entregarse a las buenas o malas artes de la diplomacia, a los misterios de la negociación y los conciliábulos con los poderosos del mundo. 

    Cuba fue sin dudas una obra inconclusa, probablemente malograda. Fue el tercer pontífice en viajar a la isla, luego de san Juan Pablo II, en enero 1998, y Benedicto XVI, en marzo 2012, y durante aquella visita, en septiembre de 2015, se reunió con un Fidel Castro enfermo, deteriorado, en chándal. Celebró misas en La Habana, Holguín y Santiago de Cuba, y por lo demás dio su bendición a los aires aperturistas que por entonces atravesaban el Estrecho de la Florida en pleno acercamiento diplomático con Estados Unidos, su siguiente estación en aquella gira apostólica.

    Ambos gobiernos —encabezados por Barack Obama y Raúl Castro— reconocieron el papel facilitador del papa Francisco y la Iglesia católica en las conversaciones secretas que condujeron al deshielo anunciado en diciembre de 2014.

    La oposición a aquel proceso diplomático, que llevó a la reapertura de embajadas en ambas capitales, pero que sería clausurado con presteza por la primera administración de Donald Trump, y la fobia instintiva a los posteriores escarceos entre el Vaticano y el régimen de La Habana, están en la base de los agrios cuestionamientos, cuando no las invectivas, contra Francisco desde una parte del exilio cubano.

    Este lunes, disidentes al interior de la isla no tardaron en señalar que su aproximación a la isla fue «controversial».

    Y, ciertamente, sus críticos no habrán encontrado más que confirmaciones en los mensajes de condolencia de la élite cubana, que decretó duelo nacional a partir de este martes. 

    «Intercedió por el mejoramiento de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, abogando por que el gobierno estadounidense dejara a un lado la política de bloqueo contra nuestra nación», recordó el comunicado gubernamental. «Mantuvo una relación de amistad con el General de Ejército Raúl Castro Ruz y recibió en la Santa Sede al presidente Miguel Díaz-Canel, en junio de 2023».

    Raúl Castro, a punto de cumplir 94 años, envió una breve epístola ultramundana a quien llamó su «entrañable amigo». «Fue usted un hombre íntegro y consecuente que reciprocó con afecto y buenaventura la relación humana que forjamos. […] Su vida y papado fueron ejemplo de infatigable bregar en defensa de la paz y la fraternidad entre los pueblos. Su preocupación constante por los acuciantes retos que enfrenta la humanidad y su dedicación y compromiso con la búsqueda de una solución viable, y a la vez sostenible, a esas problemáticas, serán ejemplo para todos», escribió el exmandatario. «Tal como me manifestó en una ocasión, también lo llevaré para siempre en mi corazón».

    El Papa Francisco y Raúl Castro en La Habana
    El Papa Francisco y Raúl Castro en La Habana / Foto: IG/@granmadigital

    En su cuenta de X, el gobernante cubano, Miguel Díaz-Canel, también lamentó el deceso del «inolvidable Papa Francisco», y añadió: «Recordaremos con gran afecto sus visitas a #Cuba y las palabras de cariño que dedicó a nuestro país en sus mensajes».

    Tras bajar del avión en La Habana, en el incomprobable otoño de 2015, el Papa del fin del mundo recurrió nuevamente a su particular mappa mundi: «Geográficamente, Cuba es un archipiélago que mira hacia todos los caminos, con un valor extraordinario como “llave” entre el norte y el sur, entre el este y el oeste. Su vocación natural es ser punto de encuentro para que todos los pueblos se reúnan en amistad, como soñó José Martí, “por sobre la lengua de los istmos y la barrera de los mares”.[1] Ese mismo fue el deseo de san Juan Pablo II con su ardiente llamamiento a que “Cuba se abra con todas sus magníficas posibilidades al mundo y que el mundo se abra a Cuba”»,[2] dijo, con suavidad, acerca de un proceso de normalización de relaciones bilaterales que entonces consideró esperanzador y, en suma, «una victoria de la cultura del encuentro, del diálogo, del “sistema del acrecentamiento universal por sobre el sistema, muerto para siempre, de dinastía y de grupos”».[3]

    Durante su homilía habanera, el Papa aludió a otro conflicto enquistado desde hacía muchas décadas cuya resolución también se jugaba por entonces en la capital cubana: «Por favor, no tenemos derecho a permitirnos otro fracaso más en este camino de paz y reconciliación», dijo a propósito de las negociaciones entre el Gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC. Una vez más, apostó ahí su capacidad de intermediación, lo que algunos llamarían sus «buenos oficios» o su «poder blando».

    Solo unos meses después, en febrero de 2016, Francisco volvería a La Habana por segunda y última vez para protagonizar un encuentro todavía más improbable: se reunió allí con el patriarca ortodoxo ruso Kirill. Era la primera ocasión en que se veían las caras y dialogaban frente a frente los líderes de las Católica y Ortodoxa Rusa desde el Gran Cisma de Oriente y Occidente en 1054. 

    «Para los cristianos de todo el mundo tenía especial significado la aspiración de Su Santidad de mostrar su solidaridad con quienes más sufren y más desamparados se encuentran», ha expresado el Patriarca de Moscú en su mensaje oficial de condolencias.

    A mediados de 2002, el Papa confesó en una entrevista que tenía «una relación humana» con Raúl Castro. A continuación, recapituló fugazmente el «buen paso adelante» que significó en su momento el deshielo entre Washington y La Habana, y afirmó que otra vez estaban en curso —bajo el mandato de Joe Biden— «diálogos de sondeo para acortar distancias». Al preguntársele sobre las acusaciones de «comunista» dirigidas en su contra, Bergoglio repuso con un gesto de fastidio: «Ciertos grupos de medios de comunicación muy ideologizados, que se dedican a ideologizar las posturas de los otros […]: a veces no saben distinguir lo que es el comunismo de lo que es el nazismo de lo que es el populismo de lo que es un popularismo… Así que, cuando me acusan de comunismo, me digo: qué trasnochado que está esto […] No me preocupa [porque] nacen de pequeños grupos ideologizados».

    Aquellas palabras suyas, a un año del estallido social del 11 de julio de 2021, y de la represión gubernamental que llevó a las cárceles cubanas a más de un millar de ciudadanos inconformes, volvieron a suscitar críticas entre la oposición y el exilio cubanos —incluso desde el activismo católico.

    Cuando en el verano de 2023 el Papa recibió en el Vaticano al presidente Díaz-Canel, mientras la debacle económica tocaba nuevos fondos y estaba en curso la mayor crisis migratoria en la historia del país, manifestantes cubanos acudieron ante la Santa Sede para denunciar la represión política y el irrespeto a los derechos humanos en la isla. 

    De acuerdo con EFE, la nota oficial sobre la audiencia no hizo referencia a una solicitud para la liberación de algunos presos políticos que, cuatro meses antes, había presentado a las autoridades cubanas el cardenal Beniamino Stella en ocasión de los 25 años del viaje pastoral de Juan Pablo II.

    No es del todo improbable que el resultado de esas gestiones quedara en suspenso hasta que pudiera sincronizarse con la marcha de aquellos «diálogos de sondeo» con la administración Biden que había mencionado un año antes el Papa. 

    A solo seis días de abandonar la Casa Blanca, el gobierno demócrata anunció el retiro de Cuba de la «lista de Estados patrocinadores del terrorismo», donde había vuelto a figurar —tras una primera salida bajo Obama— a partir de enero de 2021. En un mismo gesto, Biden rescindía el memorando «Strengthening the Policy of the United States Toward Cuba» —suscrito por Trump  en 2017— que dispuso sanciones contra diversas entidades, incluido el conglomerado GAESA, vinculadas al ejército o los servicios de seguridad e inteligencia cubanos, y, asimismo, declaraba una exención por seis meses del Título III de la Ley Helms-Burton, también activado por Trump en 2019. 

    En paralelo, el régimen cubano anunciaba que sacaría de prisión a «553 personas sancionadas en debido proceso por delitos diversos contemplados en la ley». Tal como es habitual, no se le reconocía naturaleza política a ninguno de esos casos, ni se señalaba vínculo alguno entre las medidas de Biden y las excarcelaciones en la isla.

    «Como parte de las estrechas y fluidas relaciones con el Estado Vaticano, el gobierno de Cuba se ha mantenido en comunicación con el Papa Francisco y con sus representantes y, como en el pasado, ha informado a Su Santidad sobre procesos de revisión y excarcelación de personas privadas de libertad, práctica que es común en nuestro sistema de justicia y que ha caracterizado la trayectoria humanitaria de la Revolución», rezaba la nota oficial de La Habana. «En junio de 2023, el Presidente Miguel Díaz-Canel realizó una visita al Vaticano y tuvo un encuentro con el Sumo Pontífice, que fue precedido de un encuentro del Ministro de Relaciones Exteriores Bruno Rodríguez Parrilla, en agosto de 2022. Entre otros asuntos de interés mutuo y del acontecer internacional, se trasladó en esos encuentros información sobre este tema y se profundizó en la naturaleza injusta y el efecto nocivo de la política de Estados Unidos hacia Cuba. Su Santidad ha dado muestras claras de simpatía y afecto hacia el pueblo cubano». 

    Una semana después, Donald Trump deshacía todo de un plumazo… Las excarcelaciones en la nación caribeña —que el Papa alcanzó a elogiar como un nuevo «gesto de gran esperanza»— quedaron en 231, según los registros cruzados de organizaciones de derechos humanos y medios de prensa independientes.

    ***

    Entre febrero y marzo de este año, Francisco estuvo hospitalizado en Roma debido a una infección en las vías respiratoria y a sucesivas complicaciones. Fue dado de alta hace menos de un mes, pero su salud se había resentido gravemente por diversas causas en los últimos años. «Derrame cerebral, coma, colapso cardiovascular irreversible. Estas son las causas de la muerte del Papa Francisco, ocurrida a las 7.35 de esta mañana en su apartamento de la Casa Santa Marta», informó Vatican News.

    No hay noticias de que Bergoglio haya tomado nota sobre los resultados de su última intercesión con respecto a Cuba. 

    Por lo demás, siempre habrá quien prefiera recordar un gesto simbólico de los inicios. El Papa latinoamericano hizo colocar, en presencia de obispos isleños, una imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba, en los Jardines del Vaticano. 

    «El Papa Francisco fue un pastor fiel, un hombre de profunda fe y un servidor incansable del Evangelio», ha dicho en las últimas horas la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba. «Su pontificado de 12 años estuvo marcado por su amor a Cristo, su dedicación a la unidad de la Iglesia y su compromiso con los más pobres y vulnerables. Su legado de misericordia, diálogo y esperanza seguirá inspirando a generaciones presentes y futuras».

    En septiembre de 2014, Francisco tenía esta revelación anticipada para los fieles y quizá para todos los cubanos. Tres verbos, tres lecciones de la Virgen Mambisa: alegrarselevantarseperseverar.


    [1] Martí, José. «La Conferencia Monetaria de las Repúblicas de América». Obras escogidas II; La Habana 1992, p. 505.

    [2] San Juan Pablo II. Discurso en la ceremonia de llegada; 21 de enero de 1998, p. 5.

    [3] Martí, José. Ibidem.

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    Jesús Adonis Martínez
    Jesús Adonis Martínez
    Es, como Dios o cualquier otra cosa, posterior al Big Bang. Es, por tanto, nuestro contemporáneo. Lee, y a veces escribe. Cuando alza la vista se descubre, siempre asombrado, en medio del mundo.

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