Raymar Aguado, eterno estudiante y disidente de izquierdas: «El paro fue una victoria total de los universitarios cubanos»

    Raymar Aguado Hernández nació en La Habana en octubre del 2000. Muy pronto se interesaría por el arte y la literatura. En 2019, ingresó a la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana (UH), pero solo cursó hasta el tercer año. «Salí de la carrera en 2022 por varias razones», me dice, «el motivo tope fue todo el lío que se formó con lo de “La Peor Generación”». 

    En octubre de ese año, un grupo de jóvenes autores cubanos planeaba presentar un volumen con algunos textos propios. Eran crónicas y piezas de ensayo, narrativa y poesía. Entre sus integrantes estaban Lisbeth MoyaJulio Llópiz-CasalAdriana Fonte, Hamed Toledo, Manu de la Cruz, Jairo Aróstegui, Mel HerreraRicardo Acostarana y Alexander Hall. El panel literario en que debía ser «estrenada» esa antología, coordinado por el librero Alejandro Mainegra y el propio Raymar Aguado, se pospuso varias veces hasta su cancelación definitiva

    La Peor Generación fue, antes y después, un ademán, un gesto inconcluso, ese espacio liminal o sublime en que suelen coincidir el hartazgo y la ruptura.

    «Fueron semanas de mucha presión por parte de la Seguridad del Estado», continúa Raymar Aguado, por entonces especialista de Artes Visuales y Crítica de la Asociación Hermanos Saíz (AHS), «me enviaban amenazas a través de amigos o gente involucrada en el tema». Luego de esos eventos, pidió la baja de la AHS y abandonó sus responsabilidades institucionales: «Los funcionarios de la Asociación que me dieron la cara no tuvieron ni siquiera el mínimo de decoro para reaccionar ante lo que estaba sucediendo». Tal escenario parece el menos comprometedor para los burócratas estatales: una «renuncia voluntaria». De cualquier manera, tenía la «sentencia dictada».

    Raymar Aguado escribe desde hace años en medios online independientes. En uno de ellos, La Joven Cuba, había publicado un texto sobre el Congreso Nacional de la AHS por el cual le formaron «tremendo aspaviento».

    En los tres años siguientes se acentuó su oposición al régimen cubano. Este junio de 2025, tras el «tarifazo» aplicado desde el primero de junio por la Empresa de Telecomunicaciones de Cuba S.A. (Etecsa), la suya ha sido una de las voces más destacadas en apoyo a las protestas universitarias contra esa medida. Raymar Aguado ha hecho causa común con el descontento estudiantil, el más reciente síntoma de hastío sociopolítico en el país. En consecuencia, la Seguridad del Estado lo ha interrogado y acusado de «mercenario», «gusano» y «fracasado». Él sigue firme; no se raja.

    Actualmente, Raymar Aguado cursa el Laurea en Humanidades en el Centro Félix Varela de La Habana.

    En tu bio de Instagram te identificas, entre otros calificativos, como «eterno estudiante». ¿Es esta la razón por la cual apoyaste el paro de los universitarios cubanos en contra del tarifazo de Etecsa? O sea, ¿te mueven solamente la pertenencia o el apego a ciertos sectores o hay algo más ecuménico, en el sentido secular del término, en tus motivaciones?

    Mi apoyo al paro estudiantil es simplemente una extensión de mi activismo. Como activista y ciudadano cubano a quien el tarifazo de Etecsa afecta de muchísimos modos, el mantenerme al margen de un evento de tamaña relevancia nunca fue opción. Aunque, por supuesto, existe una simpatía generacional que también influye en qué tanto logro identificarme con quienes tuvieron la valentía de protagonizar, desde las aulas universitarias, una acción que inequívocamente tendrá consecuencias. Sabemos que el aparato represivo del Estado cubano nunca escatima a la hora de tomar represalias ante cualquier muestra de rebeldía. 

    Siempre seré un estudiante; creo que es el más justo precio para personas como yo: intrusos, incómodos en todas partes, sin respeto por lo dogmático o lo modal, conflictivos por naturaleza y por suerte. Porque sin fricción no puede haber crecimiento. 

    Igual, ya tengo 24 años. Hace aproximadamente dos años, quizás menos, debería haberme graduado de Psicología si no hubiera decidido dejar la carrera en 2022, cuando múltiples factores me llevaron a actuar impulsivamente. Uno de esos factores fue la presión ejercida por el Departamento de Seguridad del Estado (DSE) contra mí y varias personas involucradas en la realización del panel literario La Peor Generación (LPG). En ese momento no supe lidiar con las distintas amenazas, y, por desgracia, la paranoia fue más fuerte… Durante el último interrogatorio al que fui sometido, uno de los oficiales no dudó en recordarme que yo «no era y nunca sería» universitario, que ya habían podido sacarme y que no me dejarían entrar nuevamente a la Universidad de La Habana. 

    Por eso es fundamental el acompañamiento a esta generación universitaria que protagonizó el paro. Estando a su lado, compartiendo experiencias, consejos y desplegando protocolos de ayuda, el estudiantado es menos vulnerable ante la represión y ante ideas desesperadas como la de abandonar la carrera. Hay otros modos de burlar y enfrentar a los represores.

    ¿El paro estudiantil fue solo un método de protesta contra la arbitrariedad monopolista de Etecsa o existen otras lecturas para este suceso? Es decir, si nos hubiesen devuelto las tarifas anteriores, más asequibles o «justas», ¿todo debería haber regresado a la «normalidad»?

    Hay muchas lecturas del paro. Escuetas y simplistas algunas, otras demasiado edulcoradas en contraste con la realidad. Pero lo cierto es que el paro sucedió. Quizás no a la escala esperada, quizás sin lograr sus objetivos. Pero el mero suceso fue una victoria contra el arbitraje político en las universidades cubanas. 

    El paro fue una victoria total de los universitarios cubanos. En tres o cuatro días tuvieron corriendo al DSE y a todo tipo de funcionarios por la mayoría de las universidades para explicar lo inexplicable: el tarifazo. Y esa medida, como todo ajuste empobrecedor y arbitrario no tiene otra explicación que no sea violenta. Así llegamos a la represión, a los procesos intimidatorios contra los estudiantes, a los chantajes de familiares, a las amenazas de expulsión, a la incitación a emigrar… en fin, a las prácticas coactivas típicas del autoritarismo cubano. 

    El paro se detuvo, sí, quizás antes de haberse consolidado. Pero se detuvo por la influencia y el juego sucio de los órganos represivos del Estado. Por eso la «victoria» tramposa sobre los estudiantes no significa más que otro capítulo de arbitrariedad del poder político sobre el pueblo. En contextos totalitarios como el nuestro, cualquier articulación popular que logre al menos existir se puede anotar como victoria. Se le ganó al miedo, al desamparo legal, a la impunidad con que se pinta el gobierno. Se le ganó a la falsa narrativa de bienestar que se impone, al discurso del beneficio social y al del supuesto apoyo de las mayorías. 

    Por eso, como el escenario represivo era previsible, desde que facultades como MATCOM [Matemática y Computación] en la UH se declararon en paro, ya la pelea no era contra el tarifazo, sino contra la represión y sus consecuencias. Poco o nada se logró más allá del símbolo. Pero es otra marca sin precedentes en más de 60 años de historia. Poco o nada, para la realpolitik, se logró el 11 de julio del 2021, pero para la historia de Cuba bajo el castrismo es una fecha más que relevante.

    ¿Son los estudiantes un sujeto civil lo bastante firme u organizado como para lograr un «cambio» en Cuba, lo que sea que esto signifique?

    Esa es una pregunta difícil, porque, como bien insinúas, ¿qué es un cambio en Cuba? Más allá, ¿cómo lo mides? Si comparamos el tiempo presidencial de Raúl Castro con el de Fidel Castro encontraremos tantas diferencias como que el modelo económico/político fue algo sustancialmente distinto; nada que ver una cosa con la otra, ni siquiera a nivel de discurso. Casi se puede decir que Raúl construyó todo lo que su hermano rechazó. En cambio, ¿podemos decir que algo cambió en Cuba más allá de los espejismos? Continuó el autoritarismo, el enriquecimiento desproporcionado por parte de la casta militar —devenida también empresarial con Raúl—, la precarización de la mayoría del pueblo, el extractivismo y la dependencia económica de monopolios u otros regímenes. En fin, nada había cambiado, pero todo era diferente. Lo mismo se puede decir respecto al período de Díaz-Canel

    Ese «cambio» es demasiado abstracto para ser medido, es demasiado simbólico y subjetivo para ponerle moldes de definición. Porque sucesos como «Palabras a los Intelectuales», Playa Girón, la Campaña de Alfabetización, la Crisis de Octubre, el bloqueo/embargo, la microfracción, la Limpia del Escambray, la Zafra de los Diez millones, el caso Padilla, el Congreso de Educación y Cultura del 71, la Constitución del 76, los sucesos de la embajada del Perú, el éxodo del Mariel, la caída de la URSS, la crisis de los balseros, el Período Especial, El Maleconazo, el caso Elián, la toma interina del poder por Raúl Castro en 2006, los lineamientos del 2011, GAESA, la normalización de las relaciones con Estados Unidos, la era Obama, el primer mandato de Trump, la marcha del orgullo del 11M en Prado, la pandemia de COVID-19, el MSI, el 27Nel reordenamiento económico, el 11J y el posterior ciclo de protestas, el éxodo masivo sin precedentes o la crisis estructural de la actualidad…, son eventos que han significado un cambio en toda la extensión de la palabra. 

    Si hablamos de un cambio de gobierno o del fin del régimen castrista… ya eso es otra cosa. Sinceramente no creo que parta del estudiantado, pero en el punto de no retorno en que se halla Cuba, cualquier chispa pudiera ser el catalizador necesario para que inicie el impulso popular que destrone al castrismo.

    ¿Qué es o en qué se ha convertido la Federación Estudiantil Universitaria (FEU)?

    Desde hace décadas la FEU no es más que un apéndice dependiente de los dictados de la UJC [Unión de Jóvenes Comunistas], la cual no es otra cosa que una extensión del autoritario PCC [Partido Comunista]. En fin, otra organización disfuncional, que realiza un trabajo parasitario sobreviviendo a base de las imposiciones del gobierno y algún que otro subsidio para actividades con fines ideológicos, así como por las regalías de distinto tipo que sus altos funcionarios reciben. Es muy triste ver cómo una organización con una tradición de lucha estudiantil inmensa, y desde la cual gran parte de la juventud enfrentó todo tipo de regímenes, constituye actualmente una herramienta al servicio de un poder que niega los derechos del estudiantado mientras los silencia y reprime. 

    Por eso la huella que deja el paro estudiantil es tan relevante. Al menos por unos días, la FEU —o una parte de la FEU—aspiró a ser nuevamente esa trinchera de rebeldía para el estudiantado. Quienes hablan de que ya era algo pactado entre la FEU y el poder político hablan desde la ignorancia. Me molesta muchísimo ver a opinólogos sacando incluso textos pseudocientíficos y muy mal informados sobre el tema del paro sin haber tenido la decencia o el coraje de llegarse por las universidades y conocer la realidad de boca de los estudiantes. 

    El paro fue un movimiento orgánico que surgió al interior del estudiantado. Ese estudiantado es parte de la FEU y sus mayores herramientas legales para enfrentar el poder político están en su pertenencia a dicha organización. Es muy fácil criticar desde la comodidad y cuestionar su legitimidad para hacer demandas desde organizaciones arbitradas por el Estado. Lo difícil es ser estudiante universitario en Cuba y exponerse frontalmente ante un aparato gubernamental que se escuda en narrativas convenientes para lavar su imagen, como es el supuesto apoyo del estudiantado.

    A raíz del paro estudiantil, compartiste varios videos en solidaridad con los universitarios cubanos, enviados directamente por colectivos progresistas de América Latina ¿Quiénes son ellos? ¿Eres tú el nexo entre estos grupos y Cuba? Una buena parte de la izquierda en nuestro continente, en algún momento de su existencia política, ha sido partidaria o discípula del castrismo, al menos en cuanto a su presencia mediática o su discurso oficial. ¿Qué ha cambiado (si es que algo) para que ahora algunos portavoces se posicionen en contra del gobierno cubano?

    La izquierda, como la derecha, no son posturas monolíticas, ni uniformes en todas sus variantes. Como es lógico, tienen matices, diferentes modos filosóficos, grupos enemistados, programas chocantes. En fin, hablar de «la izquierda del continente» es como hablar de las personas que usan tenis Nike en la Patagonia. No es descriptivo porque no hay un estudio de muestra, no estamos hablando de algo en específico. ¿Puedo decir que los que usan tenis Nike son gente deportiva? Claro que no. Por eso decir que «la izquierda del continente» ha sido históricamente procastrista es desconocer las infinitas diferencias que existen entre tantos colectivos de izquierda en LATAM. Esa homogenización es un fenómeno demasiado común en la prensa independiente cubana, lo cual denota un desconocimiento total de la postura política de muchísimos colectivos de izquierda, su relación con el castrismo y sus programas de lucha respecto a Cuba. 

    Primero me gustaría repasar un poco la historia. Desde los primeros años de la Revolución, el castrismo encontró sus más acérrimos críticos en colectivos de izquierda, principalmente trotskistas, anarquistas y socialistas que incluso desde antes de 1959 trazaron firmemente su oposición al estalinista y autoritario Partido Socialista Popular (PSP), de donde salieron muchos de los dirigentes que definirían las líneas políticas y partidistas del nuevo gobierno. Entre los colectivos podemos destacar a los miembros del Partido Obrero Revolucionario (POR-T), de afiliación trotskista, quienes desde su fundación en febrero de 1960 se opusieron a la verticalidad de las medidas impuestas por el gobierno sobre la clase trabajadora y a la vía autoritaria del castrismo para impulsar el proyecto revolucionario. Denunciaron la exclusión de los sectores populares y la clase trabajadora de las decisiones sobre los modelos productivos y procesos laborales, y señalaron la centralización y la arbitraria planificación estatal como las causas principales de los bajos índices productivos en los primeros años. Además, pedían la independencia de los sindicatos respecto del Estado y el establecimiento de la democracia obrera y popular, además de exigir el derecho al pluripartidismo y la libertad de expresión. 

    Estas posturas intransigentes enseguida encontraron la represión castrista, fórmula esencial para la imposición y posterior mantenimiento del régimen. En el año 60, una purga sindical sacó de sus puestos a miles de representantes electos en sus bases en el 59, para, en su defecto, colocar otros más convenientes. Este rasgo inobjetable de autoritarismo estalinista fue de las alarmas más grandes para encender la oposición de izquierdas. Incluso, hasta el Che Guevara, quien sin dudas a veces pareció ser y fue de los opositores de más alto rango en esos años —para comprobarlo solo hace falta estudiarse sus informes, análisis económicos y estratégicos, sus debates públicos y su correspondencia con Fidel Castro y otros dirigentes—, denunció la falta de democracia sindical que se había impuesto y la pantomima que surgió en su lugar. 

    En el mismo año 1960, la firme oposición trotskista a la creación de un partido único que uniera al M-26-7 [Movimiento 26 de Julio], el Directorio Revolucionario y el PSP, desató una persecución estatal grandísima contra el trotskismo, en particular contra el POR-T. Esto fue principalmente ejecutado por funcionarios del PSP, quienes acusaban a los trotskistas de ser provocadores, incitadores de la agresión estadounidense, instrumentos del FBI y de la CIA, contrarrevolucionarios y otras etiquetas clásicas que se han repetido a lo largo de la historia del régimen con el fin de desacreditar.

    Además, en 1961 la invasión por Playa Girón sirvió de excusa para acelerar la represión política contra el trotskismo. Así censuraron el número diez del periódico del POR-T llamado Voz Proletaria, y les confiscaron planchas de impresión y otros medios de la imprenta, así como un intento editorial de, La Revolución Permanente, libro de León Trotsky.

    De esto uno de los mayores artífices fue el mismo Che Guevara, quien intentó no pocas veces desacreditar el movimiento trotskista cubano —llamándolos «subversivos» y desconociendo sus derechos ciudadanos—, aunque posteriormente tuvo que retractarse cuando su propia postura comenzó a chocar con el estalinismo ya institucionalizado. Incluso para 1964, aproximadamente, rescató de la prisión a varias víctimas de la cacería trotskista del 61 y de la purga que ejecutó al año siguiente el nefasto Aníbal Escalante. La represión contra el trotskismo se llevó a cabo de distintos modos: expulsión de centros de trabajo, internamiento en campos de trabajo forzado, exilio obligatorio, arrestos y sanciones penales, intimidación, violencia física, escarnios públicos; en fin, las prácticas totalitarias que durante décadas no ha dejado de materializar el castrismo. 

    Ya para el 66 y sin el apoyo interno del Che Guevara —quién había madurado políticamente respecto al estalinismo y sin dudas para entonces se podía considerar uno de sus mayores enemigos—, el peso represivo contra el trotskismo y el resto de oposiciones de izquierda iría de la mano del mismo Fidel Castro, quien calificó al trotskismo, textualmente, como «esa cosa desacreditada, esa cosa antihistórica, esa cosa fraudulenta que emana de elementos tan comprobadamente al servicio del imperialismo yanki, como es el programa de la Cuarta Internacional». Ese interés inmediato de Fidel por estos grupos al interior de la isla era solo un efecto de su cada vez más cercana relación con la URSS y los códigos de dependencia ideológica que esta imponía. Con el amparo de Castro, líderes del PSP como Blas Roca o Lázaro Peña, a sabiendas de que podían actuar con impunidad, lanzaron otra ofensiva contra esa izquierda que llevó a nuevos encarcelamientos. Luego del 66, la historia represiva contra el trotskismo y sus afiliados se repitió incontables veces. 

    Peor suerte sufrió el anarquismo, que desde 1960 fue prohibido por el nuevo gobierno. También fueron expulsados de la Confederación de Trabajadores de Cuba, actual Central de Trabajadores de Cuba (CTC). La oposición de los anarquistas y los socialistas libertarios al castrismo parte del principio lógico de horizontalidad que promueve el anarquismo, contrario completamente a las prácticas totalitarias que se asentaban en Cuba incluso desde los primeros años de la Revolución. Muchísimos militantes anarquistas fueron apresados con penas altísimas de hasta 20 años por supuestas «actividades contrarrevolucionarias»; a otros hasta se les aplicó la pena de muerte o la cadena perpetua. Otro número murió en circunstancias sospechosas: en la prisión, a los pocos días de ser liberados, solos en sus casas, etcétera. La alianza del PSP con el Estado se dedicó a barrer la militancia anarquista en Cuba desde recién nacida la Revolución, ya que era otra postura de izquierda contraria al estalinismo centralizado y autoritario al que se aferraría la dirigencia castrista. 

    El anarquismo cubano, con una tradición de lucha obrera y estudiantil inmensa durante el proceso republicano, con logros inmensos durante las décadas del treinta y el cuarenta en materia de derechos ciudadanos, con una participación más que relevante en el derrocamiento de las dictaduras de Machado y Batista, así como con una asertividad increíble en soluciones horizontales y democráticas a los problemas del pueblo, representaba no solo un peligro para el castrismo, sino una terrible amenaza para el sistema totalitario que se venía fraguando y que algunos años después se logró consolidar.

    Aun así, el trabajo que se llevó a cabo en la segunda década del siglo XXI, sobre todo por los colectivos nucleados alrededor del Taller Libertario Alfredo López y en el espacio social ABRA, fue una demostración de que la llama anarquista aún continuaba vigente en Cuba. Aunque el hostigamiento y la represión de la policía política y el DSE han sido una constante, este movimiento dejó enseñanzas muy grandes de autogestión y fórmulas para vulnerar la burocracia autoritaria. 

    Otro ejemplo, bastante famoso, es el abrupto cierre por el DSE de la revista marxista Pensamiento Crítico en el año 1971, cosa que vino acompañada de la disolución del Departamento de Filosofía de la UH. Esa revista fue un espacio de debate filosófico, político y económico fundado en 1967 por el conocido Grupo de la calle K, donde se nucleaban intelectuales vinculados al Departamento de Filosofía y Letras. ¿Cuál fue su delito? Aplicar con rigor los análisis de la economía y la filosofía marxista y postmarxista a la gestión de un gobierno autodenominado socialista, así como analizar críticamente cada milímetro de lo que acontecía en el panorama político, social y cultural de la isla. La influencia de un marxismo heterodoxo en la juventud y la intelectualidad cubana siempre representó un peligro según el esquema sovietizado y estático que promovía el castrismo. Las perspectivas de la revista fueron acusadas de «revisionistas y contrarrevolucionarias» por la propaganda oficialista, y sus miembros sujetos al ostracismo y al chantaje político. El principal objetivo de la embestida contra Pensamiento Crítico fue el cerrar espacios a posturas socialistas que se plantaran disidentes ante la narrativa institucional. 

    Tampoco es un secreto que luego de los sucesos del «caso Padilla», gran parte de la izquierda internacional, sobre todo en Latinoamérica, rompió con las políticas del castrismo. Así, poco a poco, al castrismo se le han caído las máscaras y cada vez le ha costado más ocultar su rostro frente a la opinión internacional, más cuando del fetiche revolucionario que lo llevó a ser una atracción turística para las izquierdas del mundo, principalmente la europea y la estadounidense, ya no queda prácticamente ni el recuerdo. Las muestras de apoyo rezagadas y desinformadas que le van quedando dentro de la izquierda al castrismo provienen principalmente de colectivos estalinistas que aún se tiran la paja revolucionaria, porque es más un modo de ser cool que de ser coherente o de militar con sinceridad en la izquierda. 

    No repararé en el apoyo de grupos afiliados al llamado progresismo latinoamericano, como el peronismo (kirchnerismo), el chavismo, el correísmo, el MAS en Bolivia, el PT en Brasil, ni en los etcéteras del llamado «socialismo del siglo XXI», porque además de que ni siquiera sus miembros se consideran de izquierda, ninguna de sus prácticas los acerca a los principios del socialismo.

    Sobre los grupos que enviaron su solidaridad al paro estudiantil te digo que son colectivos de muchísimos países del mundo, la mayoría de América Latina, militantes de una izquierda antiestalinista y, por demás, antiautoritaria y democrática. Por ello son grupos opositores a modelos como el castrismo y similares ejemplos de burocracias centralizadas o dictaduras militarizadas como el caso de la Ortega-Murillo y la de Maduro. En sus respectivos países representan un frente de oposición grandísimo ante cualquier oficialismo y algunos han logrado una fuerza política enorme desde sus coaliciones, como sucedió con el Frente de Izquierda de Argentina en la pasada elección, donde su candidata Myriam Bregman, resultó ganar de los primeros escaños en las primarias. El nexo de estos grupos con Cuba es histórico, sobre todo en el ala trotskista, que desde los años sesenta presentaron su oposición al castrismo luego de todo el proceso represivo contra los movimientos en Cuba.

    En el terreno más reciente, la conexión del movimiento de izquierda internacionalista con el caso Cuba se intensifica a raíz de las protestas populares del 11 de julio de 2021 y con la creación de colectivos de izquierda opositores al castrismo como la Afiliación Socialistas en Lucha, de la cual formo parte. Desde hace años, el trabajo en conjunto con organizaciones de distinto tipo de la izquierda internacional nos ha permitido llevar a cabo un sinnúmero de acciones dentro de la isla, que van desde apoyo a familiares de presos políticos, campañas contra la represión o por la liberación de activistas y presos de conciencia, la publicación de textos y declaraciones sobre la situación actual de Cuba en prensa internacional, así como la publicación del libro Cuba 11J. Perspectivas contrahegemónicas de las protestas sociales (Marx21.net, 2023), coordinado por Alexander Hall Lujardo, con la finalidad de desmontar ante la opinión internacional la narrativa del gobierno sobre las protestas de julio del 2021. Colectivos masivos como la Liga Internacional Socialista (LIS), la Liga Internacional de los Trabajadores-Cuarta Internacional (LIT-CI), Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST), Marx21, la Corriente Socialismo Internacional (IST), la Unidad Internacional de los Trabajadores-Cuarta Internacional (UIT-CI), así como diversas organizaciones estudiantiles, desde las que principalmente se enviaron los videos en respaldo al paro, el apoyo al pueblo de Cuba y a los colectivos políticos de la isla es constante, desinteresado y con altísimos niveles de compromiso. 

    Por poner ejemplos, actualmente estamos trabajando con la LIS en una campaña por la liberación de presos políticos que es secuela de una que tuvo lugar hace como dos años por la liberación de presos en Nicaragua, que tuvo como resultado la excarcelación de alrededor de 200 presos políticos que estaban en las garras de la dictadura Ortega-Murillo. Para esta campaña contamos con jueces internacionales, funcionarios de alto rango de organismos internacionales y de derechos humanos, así como con el apoyo de un sinfín de personalidades y líderes políticos de izquierda. Este es un paso más que importante en el proceso de agrietar al castrismo. Desde hace años la LIS lleva haciendo trabajo diplomático alrededor del tema Cuba, principalmente con la cuestión de los presos políticos, pero también en contra de la censura, la persecución y las campañas de descrédito internacional contra activistas. Para eso han realizado acciones frente a los consulados de Cuba en varios países y han entregado informes sobre la situación cubana ante autoridades competentes. Asimismo, esta y otras organizaciones brindan apoyo a exiliados y personas víctimas de sistemas como el castrista, colaboran de distintos modos con el activismo en la isla, contra la precarización y con miras al cese del autoritarismo, por la democratización y la justicia en Cuba. 

    La solidaridad de la izquierda internacional no es un gesto aislado o «inusual», como varios medios de la prensa independiente y la oposición de derecha quisieron pintar. Es el resultado de muchísimos años de lucha contra un sistema empobrecedor, antidemocrático, antipopular y antiobrero como el cubano, que se pinta como «socialista» mientras reprime, hambrea, silencia y empobrece. A muchísima prensa y a muchísimos sectores de la oposición le falta hacer la tarea sobre el trabajo de la izquierda en la lucha contra el castrismo, porque por culpa de esa opacidad y falta de apoyo que se les da a activistas de izquierda como yo y otros que pertenecemos a SeL, es que en muchísimos casos nos hemos encontrado en un escenario de total vulnerabilidad contra la represión del Estado, donde solo la dignidad y la firmeza nos ha hecho mantenernos de pie.

    Hace unos días comentaba en un grupo de WhatsApp que, desde mi primer interrogatorio con el DSE, hace ya varios años, prácticamente siendo adolescente aún, el acoso y la represión sobre mí solo han escalado. Dentro de esos procesos mi posición política de izquierda ha sido, en muchísimos casos, el justificante utilizado por toneladas de personas, activistas en su mayoría, para no apoyarme. Así, otras amistades y yo, llevamos años expuestos, teniendo que ceder en ocasiones para que no nos desaparezcan definitivamente del mapa, pero con la conciencia tranquila y dispuestos a dar el cuerpo hasta las últimas consecuencias. 

    Disentir del castrismo desde la izquierda es una postura política de sobrada coherencia.

    Ya sea en redes sociales o en otras plataformas, siempre documentas de manera muy prolija tus encuentros con los aparatos represivos de la Seguridad del Estado en Cuba. ¿Hay alguna razón especial para esto? ¿Cuántas veces te han interrogado? ¿Por qué? ¿Tienes miedo?

    Hace dos años aproximadamente, con vistas al juicio que injustamente llevaron a cabo contra la profesora Alina Bárbara López Hernández, varios de los amigos que la veníamos acompañando en sus actividades políticas recibimos una citación a interrogatorio con oficiales del DSE o directamente un cerco policial en nuestras viviendas con el fin de impedir nuestra libertad de movimientos. En mi caso, recibí una citación para la unidad de Zanja y Dragones [en La Habana], donde me esperaba alguien que se identificó como el primer teniente Evelio. 

    Ese día, además de un sinnúmero de amenazas, como de costumbre, Evelio me dijo que desde ese momento ellos estarían al tanto de cada paso que diera, que nada se les escaparía. A tal insolencia, solo podía responder con una mayor. Por eso mi respuesta fue que a partir de ese momento mi vida sería pública, y que ningún detalle de ella estaría fuera de las redes sociales. Ese mismo día fui conducido en una patrulla hasta mi vivienda, donde permanecería retenido, sin libertad de movimiento, hasta «nuevo aviso». Ahí comenzó mi tarea autobiográfica (jajaja). 

    Antes de ese día de noviembre de 2023 había tenido tres encuentros con oficiales del DSE y había pasado el hostigamiento cuando el panel de LPG. Por esas fechas pensaba que hacer las denuncias públicas me dejaría vulnerable ante los poderes represivos. Luego descubrí que era todo lo contrario, que solo la denuncia pública garantiza cierto blindaje contra el aparato coactivo del Estado. De esa forma, tanto la prensa independiente como la internacional, así como los activistas y observadores, pueden estar al tanto, hacerse eco y denunciar. Es una de las vías más efectivas de enfrentarse a la represión. Por eso siempre haré público todo intento de violencia estatal sobre mi persona. 

    Es también una forma de mostrarle al pueblo cubano que, si bien el miedo a la represión es legítimo, enfrentarse al DSE y demás instancias represivas del Estado no es una tarea imposible. El castrismo y sus secuaces siempre se han pintado ante al mundo y ante nosotros mismos como impenetrables e inquebrantables. La tarea de muchos activistas desmiente ese pseudotriunfalismo que solo sobrevive a base de chantajes y amenazas. Enfrentarse a un poder represivo requiere convicciones sólidas, por supuesto, pero sobre todo un abarcador sentido de justicia. Ya no llevo la cuenta de cuántas veces me han interrogado; han sido muchas y por distintas causas, pero siempre que salgo de algún interrogatorio voy convencido de que no será el último.

    Miedo siempre se tiene, aunque cada vez se siente menos. Llegará el día en que no tendré ninguno. Como siempre digo: cuando se lucha por la dignidad y la justicia, no puede haber miedo.

    Hablemos de las palabras. Carlos Manuel Álvarez escribió en Los intrusos (Anagrama, 2023): «Era esclavo tanto el que no se atrevía a decir algo como el que creía que ese algo no podía dejar de ser dicho». En un fragmento anterior alude de forma explícita al término «dictadura», un vocablo constantemente en disputa dentro del espacio público cubano. ¿Crees que es necesario utilizar esta u otras palabras semejantes para referirse al gobierno de la isla? ¿Por qué algunos líderes progresistas no lo hacen a pesar de reconocer que el Estado cubano «no es democrático»? ¿Tú la usas?

    En Cuba existe un régimen militar autoritario, represivo y antidemocrático; eso es incuestionable. Decirle o no dictadura es un terreno en disputa por las tantas manipulaciones del término que se han hecho respecto a regímenes igual de malvados o considerablemente peores que el castrista. 

    Las llamadas nuevas derechas han rescatado el fetiche, un poco hasta sexual, con regímenes como el franquista y el pinochetista bajo el argumento mal informado de que no fueron dictaduras, sino gobiernos «salvadores del mal comunista» en sus respectivos países. Por eso se adscriben a los programas y discursos de líderes autoritarios, represivos y antidemocráticos, como en los casos de Nakib Bukele, Javier Milei o Viktor Orbán. Idolatran las políticas de personajes de la talla de Donald Trump y quisieran verse en el espejo de otros como Elon Musk. Este ascenso reaccionario es un proceso sintomático del desgaste y casi colapso que sufren las democracias liberales de Occidente tanto como de la persistencia en el tiempo de modelos como el impuesto en Cuba. 

    El término «dictadura» pierde todo el rigor descriptivo que puede tener en el justo momento en que se le denomina así al mandato de Miguel Díaz-Canel en Cuba y no al de Rafael Videla en Argentina, por ejemplo. O se le impone el adjetivo dictador a Gustavo Petro en Colombia, quien fue electo democráticamente, bajo los fundamentos de la ley de su país, y no a Nayib Bukele, quien cumple un mandato anticonstitucional, altamente represivo y contrario a lo que estipulan las leyes salvadoreñas. Cuando al castrismo se le dice «dictadura» sin medias tintas, y, por ejemplo, al pinochetismo, a la Junta Militar argentina o a cualquier otro régimen instaurado y apadrinado por las políticas estadounidenses en LATAM durante el Plan Cóndor se les llama «gobierno militar», la palabra «dictadura» pierde toda su condición y pasa a ser un instrumento oportunista y malévolo de manipulación discursiva. 

    Aquí me gustaría detenerme en el caso de Augusto Pinochet, quien llega al poder antidemocráticamente en septiembre de 1973 al efectuar un golpe de Estado contra el gobierno electo de Chile, presidido por Salvador Allende. Reparo en este caso porque es el más fetichizado y enarbolado por las nuevas derechas, bajo el argumento de que dio pie al «libre mercado» y «salvó» la economía chilena. 

    El gobierno de Pinochet fue una pantomima diseñada y dirigida por el arquitecto malvado del mundo que hoy conocemos: Henry Kissinger. Chile fue el proyecto neoliberal que serviría de ejemplo para la expansión por Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay, y en cierto modo Perú, durante el Plan Cóndor para luego materializarlo a escala global a partir de los ochenta. Un proceso de dependencia extractiva y empobrecimiento mayoritario según el cual gobiernos asesinos aseguraban la efectividad del plan. 

    Por dar algunos datos, la pobreza en el Chile pinochetista no bajó del 40 por ciento de la población, llegando a su pico en el quinquenio 80-85, cuando se sostuvo sobre el 45 por ciento hasta el 87; hubo una crisis grandísima en 1982, cuando el «crecimiento económico» —que tanto le aplauden a Pinochet— fue de -12 por ciento. Eso para no reparar en la gestión de la minería, los derechos laborales y salariales y las nacionalizaciones de empresas y bancos para la posterior venta a inversores extranjeros. Nada… vender el país a pedacitos mientras se torturaba, se asesinaba y se empobrecía a los nacionales. El saldo de asesinatos con fines políticos durante el pinochetismo fue superior al de dos mil personas, 150 menores de edad, más de mil desaparecidas y centenares de miles exiliadas. Asimismo, durante la dictadura en Argentina se contabilizan entre 15 mil y más de 30 mil víctimas, entre muertos y desaparecidos. En Brasil el saldo fue de más de 430 muertes y desapariciones políticas sumadas a otras más de ocho mil víctimas ocasionadas por acción directa del Estado. 

    Pasa idéntico en la etapa contemporánea; personajuchos patéticos como Javier Milei reciben aplausos enajenados mientras en sus países aumenta la pobreza, imponen medidas discriminatorias, cometen todo tipo de fraudes económicos, reprimen a la población civil y a las organizaciones de oposición, censuran e imponen marcos ideológicos, pero la opinión mediática y la prensa hegemónica no se atreve a calificarlos ni siquiera como autoritarios. Qué decir del caso de Benjamin Netanyahu en Israel; en el último año y medio lleva en su cuenta el asesinato de más de 60 mil personas en Gaza, aproximadamente 20 mil menores de 18 años. Es el mismo que dirige un país militarizado, con servicio militar obligatorio sin distinción de género, artífice principal de las crisis bélicas más temerarias de los últimos años; alguien que reprime a quienes se oponen a sus políticas y mantiene un estado de apartheid contra la población civil palestina. Entonces, ¿es o no Netanyahu un dictador? Muy poco se cuestiona la opinión occidental este tema cuando Netanyahu, más que un dictador, es un genocida. 

    Para muchísima gente en Estados Unidos, Europa, o países con intereses similares, llamarle dictador a Hugo Chávez, a Néstor o Cristina Kirchner, a Luiz Ignacio Lula o Rafael Correa, por poner algunos ejemplos, es un salvoconducto; mientras, les tiembla la barbilla para mínimamente señalar los crímenes de lesa humanidad de gobiernos como el de Estados Unidos o Israel. Por eso nos encontramos a quienes gritan la palabra «dictador» como si, con tan solo decirla, lo hubieran explicado todo. «¡Fidel fue un dictador!». Sí, claro, de eso no hay dudas. Pero ahora atrévete a decir que Pinochet lo fue, que lo fue Franco, que lo es Netanyahu, o que la política exterior de los Estados Unidos es el peor y más mortífero dictador de la etapa contemporánea. El no reconocerlo es simplemente faltarle a la verdad, desconocer la historia y vivir anclados en el oportunismo del discurso en que dictador es quien conviene y no quien realmente lo es. 

    En Cuba gobierna una dictadura militar/empresarial y partidista; decir lo contrario es desconocer el escenario que por décadas padece la isla. Pero es sesgado y ruin colocarle el calificativo al castrismo mientras se aplauden o se justifican otros regímenes y sistemas de gobiernos mucho más autoritarios, represivos, empobrecedores y mortíferos. Es cuestión de ética y rigor histórico. Las palabras son una tecnología al servicio del poder; por eso saberlas utilizar es un acto de valentía.

    En uno de tus posts en redes hablas del «pronunciamiento parcial ante las injusticias del mundo». Mencionas los casos de Cuba, Palestina, Haití, Sudán, El Congo y las políticas antimigratorias de Trump en Estados Unidos. Aseguras, además, que «el activismo es coherencia y dignidad política». ¿A qué te refieres con esto?

    Si un lastre grande nos impuso el castrismo es la falsa identidad excepcional con que siempre se quiere pintar a Cuba. Esa práctica ha sido asumida tanto por los sectores de oposición históricos del exilio como por gran parte de la población. Bajo esa lógica, y dentro del juego bipolar de extremos en que nos hallamos, en Cuba o existe la peor dictadura de la historia de América Latina o la Revolución más grande de Occidente. Frente a cualquiera de los dos casos las carcajadas serían más que entendibles. 

    La narrativa instaurada de que los problemas de Cuba son insuperables y que se estaría mejor en cualquier lugar del mundo o de que el castrismo es de los peores males de la humanidad y que el hambre, el empobrecimiento, la escasez y tantas otras carencias son rasgos únicos del sistema cubano, es una «verdad» institucionalizada en muchísimos espacios de opinión, así como en parte de la prensa independiente que batalla, en cierto modo, contra el triunfalismo acéfalo de los medios oficialistas. Al final asistimos a una función descabellada según la cual en Cuba o reposan todos los males bajo el sol o la bonanza sagrada de una revolución siempre victoriosa. Por eso es tan difícil dejar de mirar el ombligo cubano y atender, sin sesgos convenientes, a las realidades de otras latitudes, donde cada día se disputa entre la vida o la muerte como en los ejemplos que citas. 

    En Palestina, principalmente en Gaza, hace más de seiscientos días la población sufre uno de los crímenes más grandes del siglo XXI. Ya te comentaba que el Estado de Israel, y sus políticas genocidas, bajo la excusa de «luchar contra el terrorismo», ha aniquilado a más de 60 mil personas, de esas 20 mil menores de edad; ha herido en distinto grado a centenares de miles más; ha dejado a una región devastada, con bombardeos diarios, usando el hambre como arma de guerra, evitando la entrada de ayuda humanitaria, asesinando periodistas, médicos, voluntarios de organizaciones de la ONU y todo tipo de violencias imaginables. Aun así, gran parte de la oposición y la derecha cubana se afilia y se suscribe a las narrativas victimistas del gobierno y los voceros israelíes, quienes justifican a base de mentiras la deshumanización, el apartheid y la muerte que le imponen al pueblo palestino. 

    Eso es consecuencia del desconocimiento, el adoctrinamiento y la falta de objetividad a la que están sometidos. Aplican reglas de tres arbitrarias: «si el gobierno cubano supuestamente apoya a Palestina y yo estoy contra el gobierno cubano, entonces estoy contra Palestina». Para este tipo de gente comparar a Fidel con Hitler es más fácil que reconocer que el Estado de Israel comete un genocidio en Palestina. Cosa que por muy absurda que sea no deja de ser peligrosa para el futuro de este país y las aspiraciones de vivir en democracia. 

    Con los ejemplos de El Congo, Sudán o Haití, que son los que me mencionas, pasa algo similar. Muy pocas personas de nuestro país pueden hablarte con objetividad de qué sucede en esas regiones, donde ocurren crímenes inimaginables contra la humanidad. Solo en el Congo se contabilizan más de diez millones de muertes por asesinato, hambrunas y trabajos forzados en los últimos 20 años. La trata de personas y el trabajo infantil y la esclavitud son constantes en distintas áreas de ese país que, por demás, están controladas por grupos paramilitares financiados por transnacionales multimillonarias como Apple, que está siendo acusada ante tribunales internacionales por los delitos de incorporar en sus productos los llamados «minerales de sangre». Otras empresas como Tesla, Xiaomi, Huawei, ente otras, también han sido señaladas por causas similares. 

    Sudán y Haití viven un proceso de matanza y limpieza étnica disfrazado de «guerra civil»; potencias extranjeras financian guerrillas paramilitares o ejércitos regulares para generar caos interno y desestabilización. Las cifras de muertes y desplazamientos son altísimas, y las posibilidades de reparación, prácticamente nulas. 

    Como escribí hace unos días en la historia que mencionas: la oposición a las distintas fuerzas opresivas no puede ser sectorial ni basada en conveniencias ideológicas o estratégicas. El disenso, para que sea honrado, debe plantarse de cara a toda instancia de poder. No es real ni sincera una solidaridad matizada que desconozca los diferentes tipos de sistemas y modelos opresivos ni que justifique diferentes tipos de atrocidades. 

    De nada sirve que haya «solidaridad» con el estudiantado y el pueblo cubano que enfrenta el tarifazo de Etecsa, mientras se aplauden las medidas represivas del gobierno de Trump contra el estudiantado y diversos grupos opositores en Estados Unidos, por ejemplo. Tampoco sería sincera la «solidaridad» en el caso inverso. 

    De nada sirve postear «abajo el castrismo» mientras se aplauden otros modelos autoritarios y represivos como los impuestos por Nayib Bukele o Javier Milei en El Salvador y Argentina, respectivamente. De nada sirve pedir «solidaridad» para los cubanos cuando al mismo tiempo se apoyan las medidas antimigratorias de Trump y su tratamiento deshumanizante a muchos compatriotas y hermanos de LATAM. 

    Es hipócrita el pronunciarse parcialmente ante las injusticias del mundo. Más aún cuando existe un genocidio en curso contra el pueblo palestino, una explotación sistemática y asesina contra el pueblo del Congo, y una matanza disfrazada de «guerra civil» contra los pueblos de Sudán y Haití. 

    El objetivo no es otro que llamar a la conciencia de que no existen violencias estructurales aisladas; la mayoría —y no digo todas por miedo a ser categórico— están transversalizadas por las mismas lógicas de explotación y sometimiento. Van regidas por paradigmas de dominación que buscan crear brechas entre las personas: ya sean de clase, geográficas, políticas, raciales, étnicas, de género, de identidad, etcétera. Nadie está exento de los embates que se sufren en otras regiones o latitudes; mantenerse al margen es una ingenuidad y denota falta de empatía y humanismo. 

    Cuba y los cubanos debemos desaprender esa falsa conciencia de que somos el ombligo del mundo, de que nos tocó lo mejor o lo peor, y aprender a mirar más allá de nuestras narices para así saborear la realidad y saber que el castrismo no es el único mal que amenaza la isla.

    Además de activista y eterno estudiante, eres también crítico de arte. Hay una faceta «estética/identitaria» que reivindicas sin descanso: la música repartera. Por desgracia, los exponentes de este género no son precisamente los más comprometidos con las causas sociales. Existen excepciones puntuales, claro está, como el Axere y su tema «La hora», dedicado a los estudiantes que protagonizaron el paro. Del otro lado, artistas de una significativa influencia como el Bebeshito o Charly y Johayron, entre otros, prefieren mantenerse al margen de lo que ocurre en la isla. ¿Sigues creyendo, aun así, que «el reparto es la voz de un pueblo, la voz de Cuba», como escribiste hace un par de años?

    El reparto no está desconectado de la realidad política del país; nunca lo estuvo y es imposible que lo esté. El reparto es en gran medida el relator y el termómetro del clima social en la isla. Es el instrumento que asume y describe el ritmo de los barrios cubanos, donde las mayorías viven y sobreviven. Es desde donde se construye la exégesis de un país que va más allá del castrismo, porque el reparto opera desde la Cuba profunda, desde zonas inexploradas para muchos, desde espacios de total excepcionalidad. El reparto conoce perfectamente lo que acontece en Cuba, por eso amplifica y combate de distintos modos. Pero pasa que para el activismo «ilustrado», si las cosas no suceden como dictan sus paradigmas, son ineficientes o no son. Y nada más alejado de ese canon que el reparto. 

    Creo que es válido aclarar que el reparto no es solamente el pa-pa-pau-pa-pa y todo el fenómeno estético que lo rodea; el reparto va mucho más allá… tanto que es la traducción artística de un estilo de vida y una realidad periférica ignorada por gran parte de la oposición. Ese terreno de nadie que niega tanto el oficialismo castrista como la oposición mainstream, es donde vive la mayoría en Cuba. Entonces, vale hablar de democracia, que en cualquier acepción —incluso hasta en las más oportunistas— siempre reparará en lo que la mayoría estime y acepte. Ahí va huérfano el reparto en medio de un debate político donde no se le deja participación por los tópicos discriminatorios de siempre: por vulgar, barriobajero, indecente, etcétera. Tópicos que aplican nuevamente para la mayoría cubana. Una mayoría periférica, racializada, con niveles de instrucción «bajos» para ciertos estándares, hambreada, obligada a delinquir por necesidad o porque afloran las adicciones, ahogada por una crisis que, no en pocos casos, se sobrevive a base de reparto. 

    Hay lógicas que fuera del barrio y sus dinámicas son imposibles de entender y explicar. No es lo mismo un piquete alrededor de una bocina en el Parque Trillo ponchando a Wampi que un concierto de Wampi en el Jhonny con un cover de dos mil 500 pesos. La primera, es reparto; la segunda, apropiación cultural y extractivismo. La primera responde al peso identitario de un género que nace y relata desde el barrio —aunque esto ha cambiado muchísimo—; la segunda, a las lógicas mercantilistas de diferentes espacios con firmes políticas de exclusión social que asientan las brechas discriminatorias de clase y que no hacen otra cosa que edulcorar el país y la noche, encubriendo el empobrecimiento mayoritario que genera el castrismo. 

    Tengo el firme criterio de que la oposición política está más ahí, en los espacios de resistencia a la desigualdad, el hambre, la marginación y el empobrecimiento, que en el activismo legitimado como «político». Por eso también tengo el firme criterio de que la disidencia más grande en Cuba la encontraremos en esos espacios de excepción donde nace el reparto. En la madre obligada a criar sola a sus hijos, en el hermano mayor que mantiene su casa, en la abuelita que sale a buscarse sus pesos para llegar a fin de mes, etcétera. Ahí es donde está el nicho principal de la oposición en Cuba y a donde la oposición legitimada y visibilizada no llega, pero sí el reparto. El porqué es muy fácil: el segundo, con su lenguaje popular, su jerga cubana, su desprejuicio y su familiaridad, llega; la primera, desde sus sillas de alcurnia, su altura moral, su verbo incisivo, su pose de ejemplo y su lejanía, repele. 

    Este pueblo no merece que nadie quiera aleccionarlo por cómo se desenvuelven ante poderes opresivos. Gran parte de esa mencionada oposición reclama bajo el supuesto de «estoy luchando por tus derechos y tú no haces nada», pero nunca se ha detenido a escucharle a la gente sus preguntas claves: ¿a nombre de quién realmente luchas?, ¿qué tanto influyes en la gente como yo?, ¿qué tanto buscas en la gente como yo?, ¿tú eres como yo o te crees mejor que yo? Por eso activistas como Luis Manuel Otero Alcántara calaron tanto en la gente, y es simple de entender: porque le hablaban a la gente, dialogaban con la gente y eran parte de esa gente. Nunca se pintaron más o menos, nunca buscaron aleccionar, sino convocar. De ahí también el éxito de «Patria y Vida» por sobre cualquier otro tema: era una canción que le hablaba al poder, pero en voz de la gente. De «Patria y Vida» no es relevante ni quienes la cantaron, ni quienes la distribuyeron, ni quienes ganaron la plata del Grammy. Lo fundamental de esa canción es que la gente la hizo suya, como tantas y tantas otras. 

    Hacer política en Cuba no se resume simplemente a ser confrontacional o crítico con el sistema. Hacer política es también incidir en los barrios, hacer ayuda social, apoyar a familias vulnerables, intentar hacerle la vida más fácil a gente que sufre y padece de un gran mal. Hacer política también es muchas veces tener la maña y la picardía de saber que eres más útil en un lugar determinado, donde puedes influir y transformar la realidad, que estando en las listas de mártires que mañana quizás recojan los libros de historia. Hay muchos héroes ocultos y sin capa. Mucha gente que hace disidencia efectiva que parte de la ayuda mutua o el apoyo a los desfavorecidos. Ahí están muchísimos exponentes del reparto, incluso algunos de los que me mencionas. Más allá de la opulencia y los dividendos que generan con la música, saben redistribuir y recuerdan que en sus barrios hay gente que no tiene para comer; articulan vías para lograr que, al menos en algunas casas cubanas, el hambre no sea un motivo más de llanto. 

    Como decía, el único problema de Cuba no es el castrismo y la única forma de hacer activismo y colaborar en la construcción de una Cuba democrática, digna y solidaria no es gritando «¡Abajo la dictadura!». Hay vías que son efectivas y protegen del legítimo miedo a la represión, que acaben con tu carrera —que en la mayoría de los artistas que aún están en Cuba no está consolidada—, o que te obliguen a emigrar como han hecho ya con tantos otros. Pero, además, para quienes prefieren la faceta más frontal e irreverente, los ejemplos en el reparto sobran. Así al vuelo, el mismísimo Rey del Reparto, Chocolate MC, tiene un camión de canciones donde arremete sin mucho titubeo contra el régimen. «Fuego con la PNR» es una de ellas, y qué decir de sus directas. El Chacal, Lenier, Yomil y otros sacaron temas bien sólidos cuando el 11J. Más allá de lo que digan los chismes de si colaboran o no con el régimen, ahí están las canciones. 

    Un poco más allá de los formalismos, y concentrándonos en los hechos, ahí está también el caso de Yan Crey, un joven exponente del reparto condenado a 22 años de privación de libertad por sedición luego de participar en las protestas del 11J. Antes de su detención había grabado con El Choco, Wildey y Anuvis. No estará pegado como Charly y Johayron o Bebeshito, y quizás tampoco tenga la conciencia política de Axere, para tomar de ejemplo a quienes mencionas, pero ahí está: uno de nuestros presos del 11J, arrestado y juzgado arbitrariamente por ejercer su derecho a la protesta, es un cantante de reparto. Pero eso no debe sorprender a nadie, ya que, sin lugar a dudas, se puede afirmar que un porcentaje mayoritario de la juventud y la masa popular que tomó las calles ese día y luego continuó el ciclo de protestas populares contra el régimen se identifica como, y es, repartera. Ahí están los videos de las congas en Santiago de Cuba, en protesta contra los apagones, donde el pueblo canta coros de reparto para luego subirle el tono con un «Oye, policía, pinga». Un género musical es mucho más que sus exponentes, y el reparto, por su parte, es muchísimo más que un género musical.

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    Senén Alonso Alum
    Senén Alonso Alum
    Escribidor, milenial en defensa propia, ahijado de un oráculo bastardo. Lo vi por última vez en un pasillo de la Biblioteca, rastreando sin mucha prisa la etimología de la «metatranca». Antes de desaparecer, me dijo que solo sería capaz de recordar el sabor del guarapo y los rostros de aquella foto de familia. Una fuente confiable asegura que le dictó a Eiichiro Oda el final de One Piece, mientras ponchaban el «Gerente» de Elvis Manuel en una bocina repartera y brindaban con dos Planchao Silver Dry en el Parque G. ¡Kampai!

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    1 COMENTARIO

    1. Da gusto leer y volver a leer a esta juventud cubana! Preparada desde la Historia, qué sabe lo que quiere y qué conoce a los amigos y a los enemigos.
      En Cuba también se abrirán «las grandes alamedas» pero esta vez, no sabemos cuánto demore, quizás muchos no lo veamos; esta vez para la democracia, el respeto a la verdadera diferencia.

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