«Buen trabajo», nos dijo antes de salir por la puerta.
¿Qué trabajo? Nunca antes lo habíamos visto.
Ni siquiera había una puerta.
R. Brautigan.
Llegó el primer viernes de diciembre. Cuando abrí la puerta, vi frente a mí a un hombre rubio, de espejuelos cuadrados y pelo largo sobre los hombros. Parecía sucio. Parecía americano, del Oeste. Lo enviaba por Peter J., mi profesor de canto. Traía seis poemas pequeños en la mano. Una mano blanca, casi transparente, con pequeñas cortes rojizos, que estiró hacia mí con un ademán delicado, más por cansancio y dolor que por alguna debilidad moral. Me llamo Richard, me dijo. Lo dejé pasar por la puerta que no había.
Desde que Richard B. llegó, empezaron a llegar las cartas. Todas comenzaban con la misma frase: «BUEN TRABAJO». Las menos tenían un remitente conocido. Algunas me parecían irónicas, otras sospechosas, pero un par me parecieron reales. ¿Qué trabajo?, empecé a preguntarme.
Cumpleaños
Mi amiga cumplía cuarenta años. Algo que parecía ser muy importante para ella. Era su primera vez. Yo estaba atenta. No sabía si esa noche debía presentar a Richard a mis amigos. Tampoco sabía si tenía amigos, o si tenía a Richard. Nunca antes lo habíamos visto.
La celebración, comenzó un par de horas después. A las doce en punto lanzamos el riñón, lo único que poseíamos, como una ofrenda al mar. Lo vimos alejarse tembloroso, desintegrándose en las aguas oscuras. Fundirse. ¿Qué más podíamos pedir? Nos besamos. Dijimos que recordaríamos esa noche para siempre, y así fue. Años después, seguimos creyendo en ella, en la noche oscura, en el riñón tembloroso, en el beso triplicado ad infinitum. En cada trasplante.
Nuestro amigo, que había llegado esa misma tarde de El Paso, se quitó la camisa en la arena. Nos mostró su pecho lleno de tatuajes pequeños. También estaba lleno de heridas. A diferencia de las heridas de Richard, las suyas eran azules. Había una en particular, abierta, supurando. Le llamamos mordida. Pedimos deseos simples. Quiero volver a verte. Quiero el dinero. Quiero que pienses en mí. Quiero a mi hijo. Quiero matar. No nos queremos morir. Todos los deseos fueron un único deseo. Salimos hacia la ciudad, caminando entre los edificios, con los pies llenos de arena. Comenzó a llover.
Richard B. esperaba en el camino
Richard B. nos cortó el paso. Ahora llevaba un sombrero marrón. Nos habló con una voz temblorosa y tímida, que a su vez intimidaba. Nos preguntó si conocíamos a Mamá Adrenalina. ¿A quién? Nos miramos sorprendidos. Lo escuchamos.
Mamá adrenalina,
con tu falda de cometa,
y zapatos aleteantes,
y tu sombra de pez carpa,
gracias por tocar,
comprender,
y amar mi vida.
Sin ti, estoy muerto.
R.B.
Hicimos silencio. Un silencio obediente. Esta noche no vamos a morir, pensamos. Estamos llenos de eso. Gracias Richard. No estoy muerto. Quizás mañana. Subimos al auto, parqueado frente al anfiteatro de la calle setenta y tres, y nos olvidamos de Richard en la vereda. Quedó parado bajo la lluvia con su sombrero. Quizás mañana.
Mañana. Bajo cero
Buen trabajo, fue lo que me contestó Cirenaica Moreira. Eran las cinco de la mañana. Sabía que estaría despierta. Que no dormía. Sabía que era eso lo que iba a responder. Pero qué trabajo, si desde que nos despedimos supe que no acudiría a la cita. Que soy incapaz de extenderme más de cuatro párrafos o tres paradas. Soy único round. Pero tú quieres trabajo, me dijo. Nunca antes lo habíamos visto. No, no es eso lo que quiero. Lo que yo quiero es la espuma. Mi intensidad siempre ha sido limitada.
Me había dado la impresión de que Cirenaica conocía a Richard B. Fue la única que pareció notarlo. Me di cuenta cuando dobló una servilleta en cuatro y la puso como una almohadilla bajo la pata de la mesa, para que no tambaleara. Parecía la más débil, pero era la que mantenía el equilibrio. Richard B. levantó los ojos y le dijo:
Vi a un hombre en un café doblar una rodaja de pan
como si estuviera doblando un certificado de nacimiento, o mirando
la fotografía de una amante muerta.
R.B.
Conozco a ese hombre, le contestó.
Estuvimos sentadas por un rato, hasta que comenzó a bajar la temperatura. Fue de golpe. Todo sucede de golpe aquí. Hablábamos de cosas comunes. La necesidad de trascendencia versus la necesidad de control de nuestra propia vida. La diferencia que pudiera existir entre texturas, y suciedades. Entre unas suciedades y otras. El pelaje de un perro, un pedazo de queso, la envidia, la opresión. Y ¡tras! Con un golpe seco, bajó la temperatura. Es que no solo ha llegado Richard B., también ha llegado el invierno, pensé.
Cirenaica se levantó y salió agarrada del brazo de su esposo, con el libro de Lucia Berlin debajo del abrigo. Serían aproximadamente las siete. Ya había oscurecido del todo. Dijo que estaba triste. Triste y congelada. No solo lo dijo, se le notaba. Para reafirmarlo se había colgado un bebé pálido del vestido. Pura sangre, pensé. Ese era el color del vestido. Parecía un pequeño ladrón con capucha cuando cruzó la reja, antes de salir por la puerta. Ni siquiera había una puerta, recordé. Tampoco yo tenía una. Agregué un deseo. Quiero una puerta. Una puerta que cerrar. Cerrar, y quedarme bajo cero.
Gérmenes
Yo hablé de los gérmenes. Quizás fui grosera con eso. No hay razón para desparramar gérmenes sobre una mesa. Mucho menos si las tres personas que te visitan son atentas y delicadas. Estoy muy arrepentida.
Información
Todas las ideas que tengo
no valen una mierda porque me siento
completamente destruido
R.B.
Pasé la tarde escribiendo cartas llenas de gérmenes. Fui sana esta vez, no envié ninguna. Están todas en mi bandeja de salida. De momento puedo tocar una tecla y activarlas. Las tengo para eso. Eso sí puedo ser yo, reducida a los márgenes de un párrafo. Cirenaica habló de su abuelo. Era vidente. No era un inflador, era un hombre tímido y discreto. Esa frase me convenció. Quizás me convence porque, cuando habla, parece tan irreal. Su esposo habló de un sitio al que llama el gabinete. En el gabinete, todas las habitaciones convergen en un mismo punto. Cubren todas las necesidades, y funciona. El gabinete es lo más parecido a un hogar que ha visto desde que llegó a este pueblo. Un solo miedo tenía Ahmel, que le golpearan la puerta del gabinete. Todo lo demás podía controlarlo. Vi pasar otro deseo. Espacio. Yo lo que quiero es espacio. Un espacio libre de gérmenes.
Ahmel bebía del mismo ron que había bebido Richard B. antes de que ellos llegaran. En su mismo vaso. Eso me ponía un poco nerviosa. Cirenaica y yo tomábamos té. No podíamos beber alcohol, por las pastillas. Por los gérmenes. Doxycycline, y Sertralina cien miligramos. Píldoras diferentes, para el mismo síndrome. Así y todo, parecen ser cosas hermosas. Como esas cosas que ella me repitió esta mañana por escrito. A eso no puedo contestar. No sería correcto. La delicadeza se contesta con silencio prolongado. El único sano era Richard, pensé, pero Richard estaba muerto. Ahmel, sin embargo, elevaba el brazo en cámara lenta, y bebía un trago, con toda naturalidad y parsimonia. Como si estuviéramos vivos. Como si nadie fuera a golpearle la puerta esa noche.
Ni siquiera hay una puerta, le susurró Richard B. En ese instante, bajó tanto la temperatura, que todos desaparecieron. Entonces me di cuenta de lo que iba a suceder esa noche. A solas. Me despedí, y subí corriendo las escaleras.
Más gérmenes a solas
Entré a mi apartamento, encendí la luz, y allí estaban. Todo lleno de gérmenes. Corrieron a esconderse cuando me vieron, pero no por eso iba a esconderme yo. Aquí estoy, les dije.
Me trepé a la silla, y comencé el discurso. Lo que yo quiero es hablar de los gérmenes. Solo por eso hemos llegado hasta aquí. Lo que yo quiero es hablar de lo que a nadie le importa. Ahora estamos a solas. Si, de lo que a nadie le importa. Así que encabece la primera línea de las cartas. Tú quieres literatura, y yo te daré gérmenes. Te los voy a devolver uno por uno. Te los voy a devolver rebautizados. Lo que yo quiero es simple, envenenarte. Nada más. Tu pudiste escribir una cosa muy bella, pero elegiste otras. Tú no te pareces a Richard B., aunque es verdad que no lo conozco tanto como a ti, y que exagero. Tergiversas, es tu palabra favorita. Ya quisieras tú hacerme sentir lo que Richard B. me hizo sentir. No te gusta escucharlo, lo sé. Hasta mi profesor de música me escribió cartas hermosas anoche. Tú no. Tú lo que me deseas son estos gérmenes. Pero tengo otro deseo. Los deseos se multiplican. Ya quisieras tú escribir un poema hermoso. Ya quisiera yo que me hubieras escrito este pequeño poema cuando aterrizaste en Los Ángeles.
Un poema hermoso
Voy a dormir en Los Ángeles
pensando en ti.
Meando hace un momento
miré hacia abajo, cariñosamente
a mi pene.
Saber que ha estado dentro de ti
hoy, un par de veces, me hace
sentir hermoso.
R.B.
¡Qué desastre! Lo tuyo no fue nada hermoso. Pura contaminación. Gérmenes. Bacterias desconocidas. Tubos de ensayo. Te recuerdo cada doce horas. Parada frente a la cocina con la pastilla en la mano, trago y te maldigo. Menos mal que llegó el invierno. Que llegó Richard. Que es diciembre. ¿Diciembre? Tengo que cumplir mis instrucciones al pie de la letra. Ese poema, para que vayas sabiendo, fue escrito el 15 de junio del 67. Exactamente cinco meses antes de que yo naciera. Lo acabo de recitar parada sobre una silla.
Increíble. ¿Tú otra vez?
Fue lo que me dejaste, repeticiones. ¿Qué crees? No recuerdo tu olor. Tu cuerpo, y modus operandi, sí. Me los sé de memoria. Perfectamente. Como sé que vas a buscarme toda la vida, que no vas a dejarme dormir en paz. Después de un decennium, no me quedan dudas. Disculpa, pero he aprendido a hablar en latín, será el único lenguaje que a partir de mañana utilizaré contigo. ¿No dices que vives en el Vaticano? Pues bien, adelante, hagamos algo al respecto.
Tengo el cuerpo tomado de eso que me inculcaste. La palabra inoculaste no es de mi agrado. Desecho las palabras ácidas. ¿Así tengo que pagar mi desatino? Quieres ponerme de rodillas. El virus se ha esparcido. Sube por las trompas, anida en los ovarios. A veces no me deja respirar. Sube en la noche, sigilosamente, al pecho. Extiende sus tentáculos morados. Es tu lastre, tu sed de cualquier cosa. Tu corazón seco y a la vez mojado. Ese corazón todo y nada. Te veo sediento, desquiciado, y sucio. Ahí vas, desparramado tu virus por los continentes, por los hoteles de paso, por las prisiones, y los aeropuertos. Para colmo, te crees un artista. Tengo que pagar así mi desatino. Cuando me veas hablando en latín te vas a enloquecer. Aprendí latín porque te odio. Volo videre te mori. Este es otro deseo genuino. Legna me lo dijo ayer. Escríbelo así mismo, ya verás cómo te curas. Me envió un cuchillito de regalo, del tamaño de una uña. De juguete. Que cuchillito tan delicado, nunca había visto algo igual. Me pareció tan hermoso, que dudé si utilizarlo contigo. Trago la pastilla y te odio. Te he odiado cinco veces en un mismo párrafo. Me parece suficiente. Amén.
Crees que estoy enferma y loca. Viniendo de ti suena gracioso. Adelante: Ubi omnia abscondis? Quid de illo somnio scire possum? Lingua, pedes, pellis, rimas sudor, abdita vaginae. Canis masculus papillas erectas lambebat. Tenuis canis. Canem sordidum. Furiosa sum et aeger? Non, occidam te. Placetne hoc? Hoc tempus feriatum semper mundius ero. Te relinquam usque ad proximam electronicam. Nativitas Domini ad universum Regnum Vaticanum. Hoc satis est. Gratias agimus tibi.
Mejor me concentro en esta nota que Richard B. dejó sobre la mesa. Me estoy enamorando de Richard B., por esa misma razón, preferiría no conocerlo demasiado. Lo que importa es el amor, no la verdad.
Junto al café de la mañana
Si escribo esto ahora,
lo tendré listo durante la mañana.
La pregunta es: Quiero
empezar el día así?
R.B.
No quiero comenzar el día así. Pero mensajes
Mensajes. Llega la Navidad. Cirenaica me escribe, y él también me escribe. Typing. Todo está lleno de luces. El condominio parece una carpa de circo. Typing. A veces me gusta, y a veces no puedo salir por ninguna puerta. Todo depende del estado de ánimo. Estoy mirando el agua por la ventana, mientras hago café, y typing, suena el teléfono.
—¿Quieres venir a casa de Paula a pasar la Nochebuena? Yo estoy escribiendo, Marce.
«… puede rastrearte a millas de distancia, de un hemisferio a otro del globo. Suelen perder un ojo por verte ciega. No importa si ya les has ofrecido, por amor, la mirada…». Eso escribo, pero todo puede ser cambiado.
Es cierto. No le cambies ni una letra. La pregunta es: ¿cuánto deseas tú quedarte ciega? ¿Mucho, poquito, o nada? No me contestes ahora. Iré a casa de Paula. Creo que será una fiesta encantadora.
Al mismo tiempo, él me está escribiendo otro mensaje. Debajo de su nombre aparece la palabra Typing. Como solo puedo contestarle en Latin, debo esperar a tener el traductor a mano.
Typing dice: «Por favor, no exageres!!!! Y ahora, ¿qué significa esto? ¿Y esa foto? ¿En serio? Si es para mí, me la estás quitando del perfil, y me la envías completa por esta vía. Ya mismo, por favor».
¿Cuánto deseamos quedarnos ciegas? ¿Es esto una pregunta? ¿Con qué lo puedo medir? ¿En qué lengua la puedo resolver? Te doy una oportunidad. No contesto. Voy caminando al closet, desnuda. Tengo que preparar algún vestido para la fiesta. No puedo seguir usando siempre los mismos vestidos. Ojalá no se me atraviese una tijera en el camino, y ¡zas!, me corte el cabello. Me crece tanto. No para de crecer. Muchos prefieren hablar de la sequía. Yo no puedo. Cada fin de año aparece la tijera en mi camino. Voy a buscar un vestido. ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas!
Richard B. ha dejado otra nota. Dice que no lo olvide. Que recuerde que recibió suficientes electroshocks como para iluminar a un pueblo. Que llevo varios párrafos sin hablar de él. Lo que no es cierto. No logro tener un hilo conductor. No tengo nada entre manos. No puedo escribir más de cinco o seis párrafos. No aguanto más de tres o cuatro paradas. Un solo Round. Ya lo he dicho. ¿Es que acaso vale repetirse? Tengo que vestir un cuerpo. Un cuerpo de alta fidelidad. El móo.
Molly
Parte 13
A Molly le da miedo entrar al ático.
teme que si sube
y se encuentra con la caja de ropa
que usaba hace veinte años,
comience a llorar.
R.B.
Cuerpo
Finalmente a desayunar a Neverland. Qué extraordinario es un cuerpo sano. Jengibre, menta, canela, limón y miel. Estamos practicando el senderismo. Cirenaica me dice dos cosas que tienen que ver con el cuerpo. Se ha tumbado a mi lado a mirar el cielo. Yo estaba mirando las auras en el cielo. Mario y Ahmel están sentados sobre una mesa de pino con un vasito de vino Fronteras. Discuten un guion. Me parece que, para ella, los cuerpos, y las personas, son regalos.
—Yo he pensado hasta en regalarte a Ahmel, yo sé que tú me dejarías verlo. Es tan irreal que parece de otro mundo. Parece una artista acostada sobre la hierba. No le gusta el senderismo. Lo otro que me dijo, con respecto al cuerpo, fue que estaba haciendo una pieza. Un «pipi gigante». Me mandó una foto con algo de terciopelo y flores. Ese es su mundo. Es irreal, porque es una artista verdadera. Me doy cuenta de eso. Lo mismo da, si a mí lo que me gusta es el senderismo. Último poema de Richard B.
Walter
Parte 11
Todas las noches: antes de dormir
Walter tose. Como nunca ha dormido
en un cuarto con alguien más, piensa
que todo el mundo tose
antes de dormir. Ese es su mundo.
R.B.
Lo único que quiero saber ahora es si Richard B. piensa quedarse conmigo. Si aceptará la invitación. Si podré llevarlo a la fiesta de Paula. Quiero ver su cuerpo entre otros cuerpos. Ver toser a Walter en otros mundos. Es importante. Estas cosas, como mismo llegan, se van.
Ya casi está amaneciendo. Es mejor que le cierre la puerta. ¿Qué puerta? Ni siquiera hay una puerta. Nunca antes lo habíamos visto.
Es tan hermoso, Marce! Se queda una sin aliento. Y duele, duele tanto a la vez… Cómo no has publicado cualquier cosa antes? Las fotos al menos, son igual de tristes y bellas. Todo duele, Marce. Te felicito por tanto dolor. Qué fortuna. Te quiero y ya quiero leerte otra vez. Promételo.
“De nuevo en casa de nuevo en casa como una tortuga a su balcón y tú sabes dónde queda.”
Cada día voy a leer poco a poco partes de este texto de Gravina, ( la damita que se le aguan los ojos), narrativa, que me inquieta con agrado por su desenfado y esa energía que impone vivir con una
sonrisa permanente o morir con ella
si es que en la eternidad se sonríe. Un buen encuentro para quien disfruta de la creación literaria