La conga de Hialeah

    El 31 de diciembre de 2018 lo pasé frente a la terminal de trenes en La Habana, en casa de Yimi Konklaze, un amigo rapero. Estaban su hermana, madre, hija, cuñado y los vecinos y colegas del barrio que pasaban a felicitar y de paso se daban un trago. Fue esa la primera vez que vi a una persona montarse con un espíritu o energías raras y transformar su ser. Lauryn convulsionaba, no controlaba los movimientos de su cuerpo, se ponía tensa, los ojos en blanco. María Elena le pegaba a su nieta con ramas de albahaca con cascarilla y practicó unos rezos hasta que Lauryn volvió en sí.

    El Yimi se encontraba cerca de una ventana de persianas grandes hechas a principios del siglo XX habanero. Con el vaso de ron en la mano dejó de recibir estímulos y se deplomó, alguien lo agarró y lo llevamos para su casa, contigua a la de la hermana. Su madre dijo que le dieran azúcar y al momento comenzó a balbucear palabras. Yimi tomaba mucho alcohol y pasaba largas horas sin alimentarse.

    Le dimos comida, al rato ya bromeaba y tocaba rumba. Cada vivienda de puntal alto se dividía a la mitad por una barbacoa. La cocina y el baño eran apenas de un metro por dos. En la sala, el altar de los santos. Posiblemente en cada cuarto de ese solar hubiera uno diferente. A las doce de la noche, Andrés tiró la cadena para preguntarle a Orula por lo bueno y lo malo del año venidero.

    Nunca he practicado ninguna religión, pero aprendí la fe desde niño. Sin visitar la iglesia, en mi casa siempre creímos en Dios y algo de la Biblia había leído. Me daba curiosidad enterarme realmente de cuánto podrían predecir los santos y pedí consultarme. Entre las adivinaciones de Andrés salieron cosas que nadie en esa sala tendría cómo saber. También me dijo que él sabía las razones de mi consulta. La principal: retar la credibilidad de los santos, y tenía razón. También me recomendó una peregrinación al Rincón, a ver a San Lázaro, e ir al Cobre, la casa de la Virgen de la Caridad en Santiago de Cuba.

    En ese momento le creí todo al babalawo, aunque no seguí sus recomendaciones. Luego lo volví a consultar para hacerme un ebbó y ya no volví a contactarlo, con un poco de pena en el fondo.

    Peregrinación por San Lázaro en Miami / Foto: Mauricio Mendoza

    ***

    En 2021 mi novia salió embarazada y volví a acordarme de Andrés, que me aconsejó cuidarme en las relaciones sexuales. Yo quería tener un hijo, pero no era el momento. Las cosas con mi novia no iban bien, ambos vivíamos bajo constante estrés por ejercer periodismo independiente, ella en Tremenda Nota y yo en Diario de Cuba. Nosotros y nuestro círculo era vigilado. Había que abortar.

    En ningún hospital de la capital lográbamos resolver. Incluso en Maternidad de Línea, despúes de horas de espera, mi novia salió quejándose de que había sangre en la sala, además del trato brusco del médico. El tiempo seguía pasando y ya comenzaba a desesperarme. Una noche, en la biblioteca del proyecto anarquista ABRA, le pedí a San Lázaro para mis adentros. Si mi novia lograba interrumpir el embarazo sin mayores complicaciones para ella, yo le daba al santo una trenza de mi pelo que ya me llegaba más abajo de la mitad de la espalda.

    Después de varias carreras para todos lados en medio de la pandemia, donde resultaba muy difícil cruzar de una provincia a otra, mi suegra se llevó a su hija para Sandino, su pueblo de origen, un municipio cerca del Cabo de San Antonio en Pinar del Río. En sus inicios, Sandino fue una granja para apresar a los alzados del Escambray que se opusieron al castrismo durante los primeros compases de la revolución. Mi suegra trabajaba en un policlínico y ahí resolvió para que le pusieran las pastillas a mi novia. Después de la segunda dosis, al feto aún le latía el corazón y la única solución fue el legrado, el método más complejo.

    Dejé todo lo que estaba haciendo y busqué, al precio que fuera, un taxi que tuviera permiso para salir de La Habana debido a las restricciones de la pandemia. Ocho mil pesos de ida y ocho mil de vuelta, el equivalente a 160 euros en esos tiempos. ¿De qué servía pedirle a un santo si no estaba junto a mi novia en ese momento? Al otro día, la intervensión salió como esperábamos. A ambos nos dejó una marca. Tres días después me volví a casa.

    Meses más tarde fui por mis propios pies al Rincón. Una vez mi mamá me llevó de niño, pero no lo recuerdo mucho. En esta ocasión iba contento, pues era mi oportunidad de saldar varias deudas pasadas, y sabía posible que para el próximo año ya no pudiera visitar ese altar. Yunet fue conmigo, hizo las fotos del reportaje y cortó mi pelo. Ahí también conocimos a Mariano, él hizo las fotos del momento en que Yunet rasuraba mi cabello con una tijera sin filo.

    Dejé mi trenza como el que paga satisfecho y me topé con muchas más historias y enseñanzas de vida por cada devoto que aquellas pocas que alcancé a publicar. La gente no solo hacía promesas por los humanos, también por sus perros y, una vez cumplida o en el proceso, le presentaban la mascota al viejo para que la bendijera, desde perros satos hasta pitbulls y chihuahuas.

    Peregrinación por San Lázaro en Miami / Foto: Mauricio Mendoza

    ***

    Cuando llegué a Miami, me recibió David. Duarante diez años ha andado por tierra y mar con Lila, su perra que salió junto con él de Cuba. David camina descalzo la mayor parte del tiempo y ayuda a sus amigos por el placer de hacerlo. Su imagen, un poco diferente a la última vez que lo vi, me deba señales de que Lázaro estaba cerca.

    El pelo restante se lo entregué a la Virgen de la Caridad. Terminé de cortarlo en el barco de David, en medio del mar, con las luces del Downtown de frente y una oscuridad desde el horizonte en dirección a Cuba. Este año fui a la peregrinación la víspera, el 16 de diciembre, me quedaba cerca de donde estoy. Puedo llegar a pie sin agitarme en la ciudad de las distancias. Por la aceras aparecieron puestos de flores, la policía desvió el tráfico. En Hialeah, como en La Habana, se hacen colas. Aquí más organizadas, por supuesto. Filas para las flores y las alabanzas. Predominaban los cubanos, también había venezolanos y costarricenses. Igualmente, los haitianos le profesan mucha fe a Babalú Ayé.

    Peregrinación por San Lázaro en Miami / Foto: Mauricio Mendoza

    Siempre los devotos piden salud y dan las gracias, este año se sumaron las oraciones por los cientos de migrantes que andaban cruzando fronteras o lanzándose al agua desprotegidos. Los padres hacían la misa y entre sus oraciones no dejaban de pedir por los cientos de familias que a diario huyen de la violencia y las dictaduras en Latinoamérica. Uno era nicaragüense y el otro cubano. La cuadra y las calles estaban abarrotadas, se sentía el olor de las velas derretidas, el incienso y las flores amarillas, púruras o rosadas.

    «Yo llevo treinta y seis años en esta parroquia. No soy cubano, soy nicaragüense, pero con tanto tiempo que he trabajado con cubanos, ya soy parte de ellos, por lo menos me han aceptado como cubano», dijo entre risas el padre Orlando.

    Para este párroco lo ideal es que tierras como Cuba, Venezuela y Nicaragua «queden libres de esos dictadores que han traído cárceles y muerte a nuestros países», y se despide deseando muchas bendiciones.

    Peregrinación por San Lázaro en Miami / Foto: Mauricio Mendoza

    ***

    Ya el 17, la colega Darcy Borrero me esperaba en la fila. Ambos somos periodistas, nos conocíamos por trabajos en los que habíamos colaborado a distancia, pero no personalmente. A una cuadra y media del santo avanzábamos para ponerle flores y las historia comenzaban a relucir tanto como el creciente número de personas a nuestras espaldas. Una señora agradecía haber sobrevivido un accidente con sus pies sanos, se le aguaban los ojos y la piel de sus manos se notaba frágil, como si hubiese atravesado quemaduras recientes.

    A la una de la tarde apareció Iris Ruiz con un pulóver del Movimiento San Isidro acompañada por su hijo mayor. «Ya decía yo que entre tanto cubano me iba a encontrar tan poca gente conocida», le dije al verla y nos abrazamos. 

    Peregrinación por San Lázaro en Miami / Foto: Mauricio Mendoza

    A Andy lo recordaba con once años, pero después no lo vi más, ahora era el más alto de todos. Iris es madre de seis hijos, creadora, activista, sobreviviente y una tipa que, cuando la veo, me remonta a las épocas más hermosas de mi adolescencias en Alamar, yendo a Poesía Sin Fin y demás eventos que organizaba Omni Zona Franca.

    Darcy pone en la mesa de conversación a MAPI (Museo de Arte Políticamente Incómodo), los antecedentes de lo que hoy conocemos como Movimiento San Isidro.  Saca a relucir la época donde le hacía un poema a todo y recita de memoria uno dedicado al fotógrafo Yoanni Aldaya. Cada uno ha dejado algo atrás, un proyecto, familia, el gran reportaje, y nos encontramos ahora aquí en busca de renacer. «Como han cambiado los tiempos, de Poesía Sin Fin, a MAPI, a MSI, a 27N, hasta ahora, cuando la mayoría nos tuvimos que ir», nos dice Iris en el Palacio de la Comida, un fast food cerca del santuario.

    Peregrinación por San Lázaro en Miami / Foto: Mauricio Mendoza

    ***

    Hace un año Iris salió de la isla junto a sus hijos mayores. Le habían diagnosticado una hiperplacia endometrial, quizás producto de tantos partos junto al estrés causado por la consecuencia de su postura política disidente. Según me contaba, la Seguridad del Estado interfería en su atención médica, al punto de que tuvo que acudir a una ONG para resolver su caso por fuera del sistema de salud cubano.

    «Yo tenía que venir con alguno de mis hijos pues a ciencia cierta no sabía qué me podría pasar», me dijo. Empacó sus maletas y salió sin fecha de retorno. Aquí fue atendida por el doctor Alfredo Melgar, y aún mantiene su tratamiento, pero se encuentra en una condición estable. La operaron, y ahora acudía a San Lázaro para ponerle sus flores y pedir resguardo para los seres queridos.

    ***

    Peregrinación por San Lázaro en Miami / Foto: Mauricio Mendoza

    A las ocho de la noche comenzaba la procesión. Unas muchachas con capas amarillas lo anunciaban desde los altoparlantes. Se prendía fuego a la mecha de cientos y hasta miles de velas. Puntual, majestuoso, apareció Babalú Ayé, sostenido por sus fieles, rodeado de flores amarillas a sus pies. 

    «María Cristina me quiere gobernar, y yo le sigo y le sigo la corriente», decía la conga que apenas arrancaba. La gente cantaba y arrollaba en pleno Hialeah. Casi dos horas de peregrinación, hasta que regresamos de nuevo al punto de partida. En las últimas cuadras la conga ya no sonaba tan fuerte como al principio, muchos se habían marchado, pero otros aprovecharon para poner sus flores en el último momento. Algunos tuvieron que escapar de sus trabajos y regresaron corriendo.

    —¡Viva San Lázaro!, decían dos a la vez.

    —Viva.

    —Salud para los niños, los enfermos, los encamados.

    —¡Libertad para Cuba! ¡Abajo la Dictadura!

    Las voces pedían y los cuerpos bailaban al ritmo de las cornetas chinas y los tambores.

    Peregrinación por San Lázaro en Miami / Foto: Mauricio Mendoza
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    1 COMENTARIO

    1. Me gusto mucho mucho esta cronica. La encuentro fresca y sencilla pero cargada de mucho sentimiento y nostalgia. Nada es el tiempo que nos toco vivir.

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